Peste sobre dos

Por Denise Dresser

“Una peste sobre ambas casas”, exclama Mercutio tres veces en Romeo y Julieta antes de morir. Maldice así a las familias cuya rivalidad lleva a su ruina. Y ese sentimiento de rechazo a ambos bandos también lo produce Atenco. También lo inspira Atenco. El enfrentamiento buscado que engendra la violencia condenable. La confrontación orquestada que incita los peores instintos. Atenquenses contra mexiquenses. Floricultores contra policías. Mujeres contra hombres. Panistas contra perredistas. Mexicanos contra mexicanos. Usando la violencia para cambiar la realidad y ensangrentándola. Condenables, unos y otros.
Atenco representa todo aquello que no funciona. Se ha convertido en el microcosmos de lo que el país no ha logrado resolver. La pobreza y la marginación; la ausencia del estado de derecho y la dificultad para lograr su aplicación; hombres que quieren actuar al margen de la ley y –al mismo tiempo– padecen su uso discrecional. Atenco es ese México repleto de contradicciones. Lleno de exclusiones. Donde se exige la mano dura para quienes toman banquetas pero no para quienes compran casas. Ignacio del Valle encarcelado en una prisión de alta seguridad y Arturo Montiel vacacionando en Whistler. Decenas de personas acusadas de crimen organizado y políticos impunes a quienes el gobierno ni siquiera ha investigado. La ley del pueblo y la ley contra el pueblo.
Porque el problema tiene raíces profundas que van más allá de la coyuntura y quienes se benefician con ella. Tiene que ver con una expropiación mal manejada y una negociación mal llevada. Tiene que ver con la oferta de 7 pesos por metro y la sensación de explotación que eso produjo. Tiene que ver con demandas legítimas de trabajo y la incapacidad gubernamental para satisfacerlas. Tiene que ver con la estrategia política de Santiago Creel y los focos rojos que dejó prendidos. Tiene que ver con grupos radicales que quieren aprovecharse de los tiempos electorales. Atenco 2 es consecuencia de Atenco 1. De todo lo que tenía que hacerse y no se hizo. De todo lo que debía haberse arreglado y tan sólo se postergó. Atenco se vuelve el último refugio de la incompetencia.
Esa incompetencia del gobierno foxista demostrada a lo largo de los años y subrayada allí. Porque algo que comenzó mal se ha vuelto peor. Porque una situación que era insostenible se ha vuelto políticamente explotable. Vicente Fox ignora primero para reprimir después. Vicente Fox dobla las manos primero para empuñar un tolete después. Vicente Fox tuerce la ley primero para exigir su estricta aplicación después. En Atenco 1 decide que más vale la paz social y sacrifica cualquier cosa para lograrla. En Atenco 2 decide que más vale la confrontación y hace cualquier cosa para incitarla. En Atenco 1 resiste los reclamos para la aplicación discrecional del “estado de derecho”. En Atenco 2 se monta sobre ellos. El presidente pusilánime de pronto se convierte en el presidente persecutorio.
Y la intención es clara; el objetivo es transparente. Se trata de mostrarle al país lo que ocurriría –supuestamente– si la izquierda lo gobernara. Se trata de enseñarle a los mexicanos todo aquello que –supuestamente– deberían temer. De ligar a Andrés Manuel López Obrador con los macheteros y los porros y los anarcopunks y los globalifóbicos y los zapatistas. Los abogados del orden evidenciando a los promotores del desorden. Quienes quieren manipular el miedo provocando a quienes lo producen. Quienes se dicen los defensores de la “mano firme” creando oportunidades para usar la mano dura. Vinculando a AMLO con las pedradas y las barricadas. Distorsionando la información para aprovecharse políticamente de ella.
Todo eso es cierto. Todo eso es innegable. Todo eso es condenable. Pero todo eso no justifica el comportamiento de los floricultores y quienes se sumaron a su causa. Pero todo eso no justifica los machetes alzados y los policías golpeados. Los puños empuñados y los funcionarios secuestrados. Las patadas a los testículos y los golpes a la cabeza. La frustración legítima desembocando en métodos que no lo son. El argumento de que los fines justicieros avalan los métodos antidemocráticos. El resentimiento social que todo lo absuelve. Los excesos aplaudidos ante los reclamos desatendidos. La violencia redentora que en realidad no lo es. La convicción de que una causa buena sanciona los métodos malos. Ese viejo desfase entre justicia y ley, haciéndose presente una y otra vez. En San Salvador Atenco y más allá de allí.
Pero México no debe creer que la violencia de los explotados es aplaudible. Pero México no debe pensar que la violencia de los desesperados es aceptable. La violencia –escribe Hannah Arendt– como cualquier otra acción, cambia al mundo pero lo hace para mal. Crea vencedores y vencidos, triunfadores y resentidos. Crea heridas profundas que tardarán mucho tiempo en cicatrizar. Produce sociedades que empuñan el odio en lugar de promover el diálogo. Produce sociedades divididas, llenas de ciudadanos que no pueden reconocer la humanidad esencial de quienes caminan a su lado. La humanidad compartida por quienes venden flores y quienes creen que no deben usar banquetas públicas para hacerlo.
Y por ello mismo, la violencia promovida por y desde el gobierno es algo que ningún mexicano debe aceptar. Que ningún mexicano debe exigir. Que ningún medio de comunicación debe fomentar. Que ningún político de cualquier partido debe justificar. Porque la violencia estatal es una confesión de fracaso, una admisión de incompetencia. Evidenciada allí en los golpes de las macanas. En las casas saqueadas. En la agresividad desmedida de los policías. En las mujeres a las cuales se les sube la ropa por encima de la cintura. En aquellas a las que se les penetra, se les toca, se les hurga. En las exigencias de sexo oral. En las 189 personas arrestadas y encarceladas en un penal de alta seguridad. En ejemplo tras ejemplo de fuerzas públicas que imponen el orden violando la ley.
Autoridades que no saben comportarse como tales. Autoridades como el secretario de gobierno del Estado de México que habla del operativo “exitoso”. Autoridades como Humberto Benítez Treviño, que ante la violencia dice: “No habrá explicación. No hay nada que justificar”. Autoridades como el diputado priista José Rangel quien sugiere: “No lloremos cuando hay un gobernador que ejerce el mando con mano firme”. Autoridades que tardan días en anunciar que habrá sanciones a los policías abusivos, así como habrá otro fiscal para el caso de Arturo Montiel. La brutalidad sin excusa ni pretexto. La revancha permitida y la venganza avalada. El Estado que existe para impedir la ley de la selva pero se vuelve promotor de ella. Porque el Estado tiene el monopolio legítimo de la violencia, pero debe usarla con responsabilidad, con proporcionalidad. Con apego a la ley y no con macanazos por encima de ella. Dentro de los límites que marca la Constitución y no con toletazos que la mancillan.
Y medios que padecen el mismo mal, que actúan de la misma mala manera. Erigiéndose en inquisidores; actuando como fiscales; acusando en vez de informar. Promoviendo el pleito en vez de contribuir a su desactivación. Aplaudiendo la violencia en vez de explicar sus causas. Imagen tras imagen que apila el amarillismo y alimenta la estridencia. Medios que se han convertido en parte del problema y no en parte de la solución al depositar –como lo ha argumentado Carlos Monsiváis– toda la culpa de la violencia en los pobres. Porque en lugar del análisis responsable han contribuido a la polarización lamentable. Porque en lugar de calmar los ánimos han ayudado a crisparlos. Sumándose al aplauso colectivo ante la costumbre de ojo por ojo, diente por diente.
Esa costumbre que el país debe desterrar. Erradicar. Condenar en ambos bandos de este conflicto y en ambos bandos rivales de esta guerra de baja intensidad. Porque cada pistola disparada, cada machete empuñado, cada mujer hostigada, cada hombre golpeado, cada policía secuestrado, cada niño asesinado, es una afrenta. Algo que el país entero debe reclamar; algo que todo panista y todo perredista y todo zapatista debe denunciar; algo que todo ciudadano debe parar. Porque nada que vale la pena ha sido construido sobre los cimientos de la violencia. Y la violencia –como apuntó Emerson– no es poder sino la ausencia de poder. La ausencia de aquello que permite mirar a los ojos de otro mexicano y reconocerse en él.

Vía: Revista Proceso

2 Respuestas a “Peste sobre dos”

  1. # Blogger jAz

    Buen artículo este de la Denisse, me gusta mucho su manera de escribir, saludos!  

  2. # Blogger Unknown

    Jaz:
    Qué gusto que andes por aquí.
    Saludos!
    :D  

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