Sin Utopía

Consumada la derrota de Dominique de Villepin en su afán de imponer el Contrato el Primer Empleo, el sociólogo François Dubet analiza en entrevista los costos e la insensibilidad social del primer ministro y del presidente de Francia. Los jóvenes se rebelaron contra la marginación, pero no persiguen una utopía como en otras épocas ni tienen forma de capitalizar políticamente su éxito coyuntural, mientras que los partidos mayoritarios confirmaron su alejamiento de la sociedad francesa, señala el experto.

PARÍS.- Ya no existe el Contrato del Primer Empleo (CPE). Capituló Dominique de Villepin, vencido por la movilización creciente de los jóvenes y de los sindicatos.

El pasado 10 de abril, el altanero primer ministro francés tuvo que tragarse su orgullo para notificar la desaparición del CPE. No pronunció la palabra tabú: “cancelación”. Tampoco “suspensión”.
En vez de eso, De Villepin anunció escuetamente su “reemplazo” por una nueva propuesta de ley llamada Acceso de los jóvenes a la vida activa en las empresas. Esa medida, poco original y de alcance limitado, aumenta la ayuda del Estado a quienes contratan a jóvenes, implica un gasto anual suplementario de 364 millones de dólares para las finanzas públicas y, con suma discreción, fue aprobada el 12 de abril por la Asamblea Nacional, dominada por la derecha.
Estrepitosa fue la derrota de Dominique de Villepin y del presidente Jacques Chirac, su protector incondicional. Pero la victoria de los opositores al CPE fue relativamente moderada.
Después de semanas de agitación social cada vez más intensa, prevalecen en Francia dos sentimientos: alivio, porque se logró salir de una situación política absurda y se evitaron incidentes graves durante las manifestaciones; y amargura porque durante la lucha contra el CPE fue patente la división total entre la clase política francesa, autista, exclusivamente obsesionada por las elecciones presidenciales de 2007, y la sociedad angustiada por problemas concretos.
“Esa crisis exhibió una vez más el abismo que separa a los políticos de los ciudadanos –subraya François Dubet–. Semejante situación es desastrosa. Ante el rechazo masivo del CPE por los jóvenes, el gobierno de Dominique de Villepin hubiera debido abandonar muy pronto esa medida e invitar a los sindicatos, los empresarios y los universitarios a abrir un gran debate sobre las reformas urgentes que necesita nuestro país.”

–Semejante debate hubiera sido muy largo…

–Hubiera durado dos o tres meses, quizá más, poco importa. Pero hubiera sido capital… En lugar de eso, el primer ministro actuó en forma caricaturesca: rehusó discutir con los sindicatos, canceló el debate parlamentario e impuso su ley por decreto.

“Apoyado por Jacques Chirac, quiso aprovechar la oportunidad para demostrar que era más firme que Nicolas Sarkozy e imponerse como único candidato presidencial de la derecha. Semejante estrategia resultó patética: Chirac está acabando su segundo mandato muy desacreditado, De Villepin está muy mal parado en la carrera presidencial y Sarkozy capitalizó políticamente la derrota de sus adversarios. En cuanto a los socialdemócratas, pues no salen tampoco muy campantes de esa crisis.”
La voz de François Dubet oscila entre desánimo e indignación. El respetado sociólogo francés es catedrático de la universidad de Burdeos y de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), investigador del Centro de Análisis y de Intervención Sociológica (CADIS), así como autor de numerosos libros y ensayos. Lleva 25 años auscultando la sociedad gala y sus trabajos se enfocan con particular agudeza en las problemáticas de la juventud gala y del mundo laboral.
Dubet se dio a conocer en Francia a principios de los ochenta, cuando creó un nuevo método de “intervención sociológica”, en el cual el experto no se limita a analizar a un grupo social determinado, sino que lo ayuda a entenderse a sí mismo y a percibir el sentido de sus propias acciones.
Aplicó por primera vez ese método con jóvenes marginales y plasmó su experiencia en Galère, jeunes en survie (Vida Perra, supervivencia de los jóvenes), un libro publicado en 1987 que tuvo bastante impacto. También empieza a tenerlo Injustices. L’experience des inégalités au travail (Injusticias. Experiencias de las desigualdades en el trabajo), que escribió junto con otros tres sociólogos y acaba de salir a la venta.
“Método autoritario”
Dubet vivió la crisis del CPE sumergido en el mundo estudiantil, por ello analiza “en caliente” ese movimiento de protesta, su origen, su desarrollo e impacto en la sociedad.
“Es importante recordar que el clima social en Francia es malo. La revuelta de los jóvenes de los suburbios en noviembre del año pasado dejó huellas. Fue en ese contexto tenso que pequeños grupos de estudiantes sindicalizados se lanzaron contra el proyecto del Contrato del Primer Empleo por considerarlo como una legalización de la situación laboral muy precaria de la juventud.
“Cabe recordar que el CPE permitía a los empresarios disponer de dos años para poder despedir sin explicación alguna a los jóvenes menores de 26 años que reclutaban,”

–Las protestas empezaron en la universidad de Rennes (oeste de Francia) y muy pronto se extendieron a toda Francia...

–Los jóvenes reaccionaron de inmediato ante esa precarización. Demostraron una gran capacidad de organización. Pero lo que aceleró su movilización y su coordinación con las grandes confederaciones sindicales del país fue el método autoritario que usó De Villepin para imponer esa medida. De repente el gobierno tuvo que enfrentar a manifestaciones de 2 a 3 millones de personas en todo el país. Quedó entrampado en su propia soberbia y terquedad…

–¿Calificaría la movilización estudiantil de política? ¿Se trata de un movimiento contra la globalización? ¿Contra la sociedad en la que viven?

–No. Salvo grupos minoritarios que lanzaron el movimiento y que ahora, después de la cancelación del CPE, quieren seguir luchando, los jóvenes no cuestionaron a la sociedad. Exigieron integrarse en ella de manera digna y decente.

Después de unos instantes de reflexión, Dubet agrega:

–Ese movimiento fue inclusive menos politizado que los que sacudieron Francia en los últimos 20 años. Fue muy democrático, mucho menos radical. Ayer (lunes 10 de abril) asistí a la Asamblea General de los estudiantes de la Universidad de Burdeos, donde enseño. El ambiente era extraño. Por un lado los jóvenes estaban satisfechos de su “victoria”. Y es efectivamente una victoria...
“Por otro lado se veían profundamente tristes de tener que poner un punto final a la aventura colectiva que experimentaron a lo largo de semanas de ocupación de su universidad. Vivieron juntos día y noche, aprendieron a conocerse, a debatir, a organizarse entre sí, con las demás universidades, con los sindicatos. Se dieron cuenta de que se estaban convirtiendo en actores de la vida política del país.

“Los movimientos estudiantiles son procesos muy particulares en los que, junto con la angustia que los provoca, se da un júbilo de la acción colectiva. El movimiento contra el CPE, que se va apagando, no escapa a esa regla. Por eso sigue habiendo estudiantes y escolares que rehúsan volver a la normalidad”.

–¿No se politizaron durante esa experiencia colectiva?

–Sí… Se politizaron en el sentido de que muchos estudiantes afirmaron estar dispuestos a inscribirse en las listas electorales para ir a votar en los comicios presidenciales del año próximo. Es interesante porque la abstención de los jóvenes ha sido importante en los últimos años.

–¿Y para quiénes van a votar?

–Ese es el problema. Los sondeos de opinión pública más recientes son demoledores: demuestran que la imagen de la derecha se derrumbó en esa crisis, pero que 63% de los franceses desconfían también de los socialdemócratas. Le reprochan al Partido Socialista (PS) no haber dicho nada que valga la pena sobre el CPE y la situación social del país. Los franceses en general, y los jóvenes en particular, acusan a su clase política de estar encerrada en su “grilla preelectoral” y de mostrarse indiferente a sus problemas.

–Si ya no confían en su clase política, ¿por qué los jóvenes se organizan para participar en la elección presidencial?

–Para votar en contra.

–¿En contra de qué o de quién?

–Depende. Hay quienes van a votar a favor del PS a pesar de todo, para cerrarle el paso a Nicolas Sarkozy. Otros explican que apoyarán a la ultraizquierda para castigar al PS. Pero hay también estudiantes de derecha que quedaron frustrados por la cacofonía de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) y se dicen dispuestos a votar por el ultraderechista Frente Nacional (FN), encabezado por Jean Marie Le Pen, o el muy derechista Movimiento para Francia (MPF), dirigido por Philippe de Villiers.

“Tal como se presenta la situación ahora, al salir de esa crisis, se percibe otra vez un voto de censura. Eso es válido para los jóvenes y las otras generaciones. Es posible que se repita lo que ocurrió el año pasado con el ‘no’ a la constitución europea”.

–Un voto de censura…

–Efectivamente. En los últimos años surgió un nuevo fenómeno: el del “ciudadano censor”, un elector que censura las líneas políticas de los gobernantes. Pero entre la censura y la creación de un nuevo proyecto hay un abismo. Durante su campaña electoral, los partidarios de izquierda del “no” a la constitución europea –corrientes del PS, Partido Comunista y movimientos de extrema izquierda– se comprometieron a crear un gran movimiento social. El “no” ganó, pero no se creó nada…

Después de otro momento de reflexión, Dubet enfatiza:

–Vivimos actualmente una situación grave: la angustia social que sacude a muchos jóvenes y a capas de la población francesa, no tiene “relevo” político: mucha gente inconforme con la situación actual no encuentra partido o movimiento con el cual identificarse, en el que actuar.

“En toda la crisis contra el CPE que acabamos de vivir, quienes salvaron la situación, en cierta forma, fueron las confederaciones sindicales. Asumieron el papel que hubieran debido jugar los partidos politicos: se convirtieron en voceros, negociadores, discutieron con los muchachos y el gobierno, mientras la derecha se desgarraba entre pro de Villepin-Chirac y pro Sarkozy, y que el Partido Socialista estaba paralizado por la lucha interna que libran los múltiples aspirantes a la candidatura presidencial…”

Desconfianza recíproca

–La hipótesis según la cual los partidos extremistas pueden capitalizar la crisis contra el CPE es inquietante…

–Es sólo una hipótesis. Faltan 11 meses para las elecciones presidenciales. En política todo puede cambiar muy rápidamente. Pero esa tendencia que se manifiesta hoy es sintomática del marasmo político en el que nos encontramos.

–¿El silencio del PS en esa crisis se explica sólo porque hay muchos aspirantes a la candidatura presidencial?

–Por supuesto que no. El Partido Socialista calla porque sabe muy bien que urge emprender cambios políticos y sociales profundos en Francia. Pero no se atreve a decirlo públicamente ni a integrar esa necesidad en su programa electoral.

“En el fondo, en Francia todo el mundo sabe que es preciso definir nuevas reglas del juego para compartir los riesgos en el mundo laboral. Los jóvenes tuvieron razón de rebelarse: desde hace 20 años sus condiciones de trabajo se fueron degradando. Pero debemos ser lúcidos. En el mundo globalizado en el que hoy vivimos sería demagógico hacer creer que cada cual tendrá acceso a un contrato de trabajo de duración ilimitada (CDI) y a un salario que va aumentando con la antigüedad.

–¿En qué consistirían estas nuevas reglas?

–Mejorar nuestro sistema de capacitación, negociar una cierta flexibilidad del trabajo a cambio de una mayor seguridad de las personas y de su itinerario laboral, elaborar un nuevo estatuto profesional para los jóvenes y dejar de considerarlos como una “variable de ajuste”… La lista es mucho más larga; son medidas muy difíciles de hacer aceptar a los franceses, y a pocos meses de las elecciones presidenciales, el Partido Socialista optó por ser discreto sobre estos temas.

–¿Esta movilización fue distinta de las que se dieron en las dos últimas décadas?

–Los jóvenes tienen la impresión de haberlo reinventado todo porque se lanzaron por primera vez en una acción colectiva. Pero ese movimiento se inscribe en la línea de los anteriores. Fue denso, a la vez jubiloso y angustiado, desprovisto de toda utopía.

–¿Podría precisar?

–Desde el derrumbe del comunismo ya no se cree en la posibilidad de crear un mundo nuevo. Los altermundialistas tienen muchos problemas para convencer a los franceses de que “otro mundo es posible”. Inspiran una gran simpatía, sin lugar a duda, pero no logran movilizar a mucha gente.
“Con un grupo de sociólogos analizamos los movimientos sociales que sacudieron Francia en los últimos años. Entrevistamos a sus actores y constatamos que se limitan a reivindicaciones concretas: defensa del servicio público o de algunos aspectos de su estatuto laboral. Pero lo que más nos llama la atención es la inmensa nostalgia que sienten por los años cincuenta y sesenta. Casi todos nos dicen lo mismo: Francia se va al diablo. Antes todo estaba mucho mejor. Mañana va a ser aún peor que hoy.
“Se sienten presos de una evolución que ya no controlan y que viven como una amenaza para la sociedad y la nación. Consideran que la identidad nacional está en peligro. Fue también la razón por la cual ganó el “no” a la constitución europea. Esa angustia atraviesa todo el espectro social francés, desde la derecha hasta la izquierda y todas las generaciones.”

–¿Algún mensaje positivo mandó la movilización contra el CPE?

–Los estudiantes y escolares desmintieron a un sinnúmero de “especialistas” que inundan los medios de comunicación con análisis sobre la indiferencia, la apatía, el egoísmo y el individualismo de la juventud. Demostraron que saben organizarse, unirse y no dejarse manipular. Lo triste es que tanta energía amenaza con diluirse porque, como ya lo mencioné, no existe “relevo” político alguno. (...) Pero estoy convencido de que se va a inscribir en la memoria política de los jóvenes.

–Llamó la atención la brecha que separa los jóvenes de los suburbios de los estudiantes y los escolares… El CPE es el artículo 8 de una ley más amplia, muy dura para con los jóvenes desfavorecidos y que instaura, entre otras medidas, el trabajo nocturno de los muchachos de 15 años y vuelve la escuela obligatoria hasta los 14 años, en lugar de los 16. Los estudiantes no se movilizaron para denunciar esa regresión social muy grave…

–Los estudiantes y escolares pertenecen a las clases medias, altas o modestas. Muchos tienen que hacer esfuerzos económicos para estudiar, pero lo logran. El mundo de los suburbios es un mundo sin diplomas. Los estudiantes saben que les tocará esperar algunos años para conseguir trabajo, pero que acabarán teniendo uno, bueno o malo, precario o no, pero un trabajo al fin y al cabo. La tasa de desempleo entre los egresados de las universidades es de 8%. En los suburbios es de 40% .
“A pesar de todo, los estudiantes tienen una cierta calidad de vida. Los chavos de los suburbios viven perseguidos por la policía, arreglándoselas gracias a todo tipo de tráficos… Son dos universos totalmente distintos, pero sus respectivas revueltas plantean la misma exigencia: no permitir que los políticos los marginalicen”.

–En las manifestaciones hubo enfrentamientos entre estudiantes y grupos de delincuentes de los suburbios…

–Es cierto, pero el fenómeno no es nuevo. Lleva unos años ya. En las últimas manifestaciones tomó tal fuerza que los líderes estudiantiles tuvieron que pedir protección a la policía… Semejante actitud revela la desconfianza recíproca entre estos dos mundos juveniles que, sin embargo, comparten el mismo desasosiego: los unos porque ya están fuera del sistema y los otros porque quieren mantenerse adentro.

Vía: Revista Proceso

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