La hora del lobo

Por Federico Campbell

La paradoja de El Gatopardo
A Elena Poniatowska
Como sabe muy bien el culto y desocupado lector, la novela El Gatopardo fue escrita a los 60 años por un siciliano de familia noble que respondía al nombre de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
La primera edición vio la luz en Milán en 1958 conforme al manuscrito de 1957 y cinco años más tarde el director Luchino Visconti realizó la película con Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delon. Pero más allá del éxito literario y cinematográfico, lo que a través de las décadas ha quedado de esta magnífica obra ha sido una frase, una maldita frase:“Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?” Es una sentencia que se toca en la misma cuerda política de otra más antigua y famosa: “El fin justifica los medios”.
Parece una de esas frases incomprensibles porque aparentemente entraña una contradicción en los términos, el cambio sin cambios, o lo que tal vez en retórica sea un oxímoron. Pero es un hecho, sobre todo en el gobierno de Fox —sobre todo durante y al final del gobierno de Fox— que siempre se vendió la idea del cambio y a la hora de la hora ese tan cacareado cambio resultó pura agua de borrajas. Porque el “gobierno del cambio” no tocó al PRI en su estructura de saqueo ni a los ex presidentes enriquecidos sospechosamente, porque negoció en un do ut des el “no le muevan” a lo de los Amigos de Fox (por el oscuro financiamiento de su campaña del año 2000) a cambio de no hacerla de tos con el robo del Pemexgate y con la impunidad de Romero Deschamps. Un quid pro quo (una cosa por la otra), para usar otro latinajo y decir que muchas veces el móvil de una acción es la esperanza de reciprocidad.
El Gatopardo sucede en la época del desembarco de Giuseppe Garibaldi en Marsala, antes de la reunificación de los reinos italianos y el alumbramiento de Italia como nación, hacia 1862, y gira en torno del abuelo paterno del autor, Giulio di Lampedusa. Una clase social amenaza con sustituir a otra, pero en el fondo, dice el escepticismo gatopardiano, la estructura de la sociedad siciliana en nada se cimbra.
Se trata de la sutil, provocadora, escéptica insinuación gatopardiana. Y procede directamente del diálogo que en la novela sostienen el príncipe de Salina, Fabrizio Corbera (desesperadamente convencido de la imposibilidad del cambio en Sicilia) y el secretario de la prefectura de Girgenti (hoy Agrigento).
—Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie —dice el príncipe—. Y esta aparente contradicción extralógica es una línea argumental a lo largo de El Gatopardo:
—¡Bah! Negociaciones punteadas con inocuos tiros de fusil, y luego todo seguirá lo mismo, pero todo habrá cambiado.
Otro siciliano, Leonardo Sciascia, escribió en 1963 una novela también de ambiente y de historia sicilianos: El consejo de Egipto, que en su momento se juzgó como “el Antigatopardo”. Mientras que en El Gatopardo se ve a una Sicilia que quiere seguir durmiendo —a despecho de quienes hubieran querido encauzarla en el flujo de la historia universal—, en El consejo de Egipto se trata de una tierra de gente que, lejos de seguir durmiendo, conjura, se levanta y paga con la vida.
A Sciascia nunca terminó de gustarle la percepción de Lampedusa, a quien por lo demás admiraba enormemente. Decía que Lampedusa incrustaba en su novela una “coartada de clase”.
Para rizar el rizo, la misma idea se reelabora en otro pasaje de la novela:
“… una de esas batallas en las que se lucha hasta que todo queda como estuvo”.
Y así, pues, se ha vuelto un lugar común esta frase proveniente de la insinuación literaria para explicar que un cambio de personajes en el escenario no supone necesariamente una mutación de lo importante. No pocas de las interpretaciones de la Revolución mexicana, muy notablemente la de Ramón Eduardo Ruiz (autor de El pueblo de Sonora y los capitalistasyanquis) se valen de la paradoja gatopardiana para proclamar que cambio de fondo realmente no lo hubo mucho. En la misma línea de pensamiento, los teóricos marxistas decían que no hay revolución si no se cambia una clase social por otra y si los medios de producción no cambian de manos.
A muchos ciudadanos que se fueron con la finta del cambio les hubiera gustado que hubiera cambiado la política de los sueldos altos, la pompa de la “primera dama”, la manía de los presidentes de hacer campaña electoral a favor de su partido, la obscenidad de pagarle más de 400 mil pesos mensuales al presidente de la Suprema Corte, la costumbre de encubrir a los parientes políticos, la obcecación de sostener a gobernadores delincuentes, la proclividad a quedar bien y a cualquier costo con Televisa y otros medios, la indiferencia a promover la cultura del conflicto de intereses, y el hábito de no leer las revistas ni los periódicos ni a los editoriales que, por lo demás, tampoco creen que con sus artículos vayan a cambiar mucho las cosas.
Ya lo decía Giuseppe Tomasi di Lampedusa:
“No queréis destruirnos a nosotros, vuestros padres. Queréis sólo ocupar nuestro puesto. Para que todo quede tal cual. Tal cual, en el fondo: tan sólo una imperceptible sustitución de castas”.

Vía: Revista Milenio Semanal

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