Las otras víctimas de Juárez
2 Comments Published by Unknown on domingo, marzo 05, 2006 at 5:01 p.m..
Los hijos de las Muertas
POR ALEJANDRO ALMAZÁN /enviado Fotografía: JAIME BOITES
CIUDAD JUÁREZ, Chih.— Aquí, una muerta no es sólo una muerta. Un cadáver es más que eso. Con cada mujer asesinada, ultrajada, violentada, cayeron varias vidas. Murieron, sobre todo sus hijos. Niños, jóvenes, niñas, jovencitas murieron desde el día en que sus madres lo hicieron; están muriendo y, de a poco, el alma se les ha llenado de un vacío que hace insoportable llegar a una noche más. Destrozados, desamparados, poco hablan y, cuando lo hacen, sustituyen el cariño y el afecto por el odio. Son las otras víctimas de este oscuro frenesí. Y de ellos casi no se habla.
Rosita
Hola: me llamo Rosa Sáenz, tengo 13 años y odio a toda la gente. De hecho, los odio a ustedes. Mi mamá, Perla Patricia Sáenz, era una drogadicta. Qué bueno que se murió. Mi papá, Roberto, fue quien la envició.
(Los médicos desahuciaron a Rosita antes de nacer, pero se sobrepuso al riesgo de morir cuando aún era un feto. Nació. Sus padres. adictos, prefirieron delegarle a doña Rosa, la abuela paterna, la responsabilidad de la niña. Perla Patricia apareció muerta en la cabaña 25 del Motel Fronterizo, bajo una cama, desnuda. con el maxilar superior fracturado y con cuchilladas; Carlos Ortiz Huerta, un matón con residencia en El Paso, la asesinó y fue detenido). Dios y yo nunca hemos estado bien. A él k gusta seguir ciertas reglas y a mí, romperlas. Si me dicen que tengo que hacer algo, los contradigo. Me considero violenta, muy violenta. Me peleo a cada rato, sólo así descargo tanto odio.
(Rosita se pelea si alguien habla mal de la mujer que la trajo a! mundo. La última vez ocurrió hace apenas un mes y perdió. Rosita, enfurecida, les pidió a unos amigos pandilleros que la vengaran; los adolescentes llegaron a la casa de la niña y la encañonaron. Rosita fue expulsada de la escuela, otra vez).
No extraño a mi papá, ahorita está internado para limpiarse de tanta droga que ha consumido. El único buen recuerdo que tengo de él es ese cuadro colgado en la pared: un payaso llorando que dice "Te extraño", pero yo no. Por su culpa mi mamá se volvió una drogadicta. Sólo quisiera devolver el tiempo para preguntarle cómo se conocieron ella y mi papá, saber sobre su vida, porque cada vez que le pregunto a mi papá sobre ella, sólo se enoja y dice que ella era una loca, que siempre estaba en la nubes y él no sabe que eso me lastima.
Me he querido suicidar, pero la verdad no estoy tan tonta para hacerlo bien. A lo mejor es porque quiero llamar la atención, a todos nos gusta llamar la atención. Pero mi abuelita no me entiende, se desespera, me prohibe todo y yo quiero vivir.
Un día me voy a largar de Juárez. Odio esta ciudad. Es un odio que no se me puede quitar de encima. Me voy a ir, lo sé. Lo traigo ya en la cabeza.
(Doña Rosa y Marisela Ortiz, la directora de Nuestras Hijas de Regreso a Casa, suponen que Rosita ya anda en el mundo de las drogas. Ya no llega a casa. Doña Rosa tiene que lidiar con ella prácticamente sola: su pareja sentimental se la pasa trabajando en Texas y nunca ha querido bien a bien a Rosita).
Yo sé, porque unos amigos me han contado, que un político es el que anda matando a la mujeres. Por eso quiero ser presidenta, para encarcelar a esos desgraciados; les daría cadena perpetua o los enviaría a la cámara de gases. Sí, quiero ser presidenta. Quizá les parezca una tontera, pero es verdad. Yo sí quiero ayudar a las madres que han perdido a sus hijas o a los niños que han perdido a sus mamás. Le daría seguridad, limpiaría los lotes baldíos y los alumbraría para que ya no tiren mujeres ahí.
(Le comento u Rosita que hay otras hipótesis sobre los feminicidios, y en las que se vincula a policías, narcotraficantes e hijos de familias ricas de Juárez. Y entonces resume: "Están locos, yo no soy así").
¿Cómo me describo? Bonita, soy muy bonita. Me la paso en el espejo observándome. Me gusta ver mis ojos, me fascinan.
(Y es cierto: Rosita es una vanidosa, le gusta ser altiva).
Me enoja mucho no tener una mamá, no platicar con ella, no decirles a mis amigos que si, que tengo una mamá que me quiere. Mi mejor amigo ha sido el odio, lo conozco desde siempre.
Los huérfanos de Rosa Virginia
"Les dije a mis hermanos Juan y Luisa: 'Mi papá ya acuchilló a mi mamá'. Yo nomás la veía cómo se agarraba el vientre. Eleazar le había pedido dinero, pero mi mamá no traía; en su trabajo (cajera de un bar llamado Panamá) no le habían pagado. Luego empezó a golpearla y la sacó de la casa, arrastrando. Dicen que se la subió a una Van con otros hombres que, igual que mi padrastro —porque Eleazar no es mi padre, sólo es de mis hermanos—, andaban en eso de las drogas".
Diana, la mayor de seis hermanos. 22 años. Quiso estudiar enfermería.
"Mi papá no nos quiere: a Diana la ha querido secuestrar varias veces, la amenaza, la golpea. A mí me rompió la nariz con la máquina de coser; un día que descubrí que guardaba mariguana en la casa y la tiré por el baño. El año pasado a Diana y a mí nos aventó la camioneta en la que venía, de milagro no nos atropelló. No podemos estar seguras, nos la pasamos cuidando a nuestros hermanitos, a Carlos y a Karen, para que no les vaya a hacer algo".
Luisa, 17 años. Quiso estudiar cosmetología. Ahora atiende un negocio de burritos, propiedad de su abuela, la madre de Rosa Virginia Hernández Cano, la mujer asesinada por Eleazar Jiménez Miranda.
"Le quité a los seis chamacos a Eleazar. Sólo los golpeaba y ni los atendía. Era un perro, se la pasaba drogándose. Desde entonces he ocupado mi tiempo en mis nietos: mi negocio de burritos se vino para abajo por tanto gasto. Me siento mal porque Diana y Luisa dejaron de estudiar, pero la verdad es que no tengo dinero, yo qué más quisiera. Y luego con eso de la diabetes, pues gasto mucho en medicinas. Lo que le pasó a mi hija nos acabó a todos".
Doña Julia Cano, la abuela
"La última vez que vi a Eleazar me mostró un picahielos y me dijo que me iba a pasar lo mismo que a mi mamá si mi abuelita no dejaba de molestar. Me da miedo la calle, no salgo para nada y me la paso cuidando a mis hermanito:. Hay veces que quisiera despertar y ya no sentir este miedo".
Diana
"Dicen que yo soy quien más se parece a mi papá y a la que más odia, a la que más golpeaba cuando estaba drogado. Yo tampoco salgo a la calle. No vaya ser...".
Luisa
"Arrestaron a Eleazar hace poco y sólo le dieron nueve años. Está encerrado aqui, en Ciudad Juárez, pero ha enviado mensajes de que nos cuidemos. No es posible estar viviendo así, con los nervios deshechos. Mis nietos no se lo merecen, nadie se lo merece".
Doña Julia
En 1995 Eleazar asesinó a Rosa Virginia. Su cadáver apareció siete días después en una fábrica abandonada, con las manos amarradas a la espalda y una cinta enrollada en la cabeza. Apenas el año pasado el hombre cayó en prisión. Doña Julia invirtió sus ganancias del negocio de burritos en hurgar pistas sobre el homicida y en la manutención de los seis hijos de Rosa Virginia; lamentablemente, el dinero no ha alcanzado.
Doña Julia enfermó de diabetes. La mujer ha dejado media vida desde que Rosa Virginia murió. Les ha inculcado valores a sus nietos. Ninguno de ellos es un chico que haya terminado en malos pasos.
"Juan, mi otro nieto, se casó y tiene dos bebés. Trabaja en una maquila, pero no tiene tanto dinero. Cuando viene aquí a visitarme se la pasa triste, llorando, dice que quisiera tener enfrente a su padre y matarlo. Karla, la que sigue de Luisa, también se me casó el año pasado. Perdió a su bebé. Ella apenas estudió hasta la secundaria. Quiso ser cosmetóloga, pero no me alcanzó el dinero. Carlitos y Karen son bien estudiosos, han sacado diplomas. Una sicóloga me dijo que a ellos no les perjudicó tanto, por eso son tan inteligentes y prefiero no contagiarlos de esto. Por eso no están aquí, hablándoles a ustedes".
Doña Julia
"Vivir sin mamá es sufrir mucho, mucho... Yo quisiera ser enfermera para ganar dinero y ayudarles a mis hermanos y a mi abuela. Juan quiso ser astronauta, Luisa y Karla cosmetólogas, y yo enfermera. No pudímos. Pero ahora quiero que Carlos y Karen sean lo que quieran, lo que no fuimos".
Diana
Y doña Julia, Diana, Luisa, Carlos y Karen se quedan agazapados en su casa. El padre no las mató con sus propias manos, sino que le delegó tal gesto a la naturaleza. Pero, aunque el miedo se ha enraizado, siguen sorteando la vida. Y tienen sueños.
Un ángel roto I
El Menonas es un chavalo de 17 años al que casi nadie ha visto llorar en Ciudad Juárez.
Desde que nació ha convivido con bandidos, viciosos y malandrines. Es un auténtico cabrón. Su risa suele ser tan estridente como el revólver con el que ha azotado al barrio Granjas de Chapultepec. Por eso es extrañísimo mirar en este momento que sus lágrimas caigan como si quisiesen llevarse las retinas.
Averiado, ahora recuerda muchas cosas:
A su madre, Silvia Arce, cuya fotografía ha sido amarillada por el tiempo, con aquella sonrisa inmutable. Era una mujer que no traía líos a la casa y era respetada, que trabajaba afuera del Pachanga Bar vendiendo joyería de espejísmo y burritos de carne deshebrada. Tres hombres la levantaron el 12 de marzo de 1998 a las 02:30 horas. Lleva seis años perdida. Las matemáticas la contabilizan como una más de las muertas de Juárez, pero oficialmente está desaparecida.
A su padre, Octavio Atayde Palomíno, un presunto traficante de drogas que convirtió a El Me-nonas en un adicto, la misma suerte que corrió su hermanita Esmeralda, que ahora ronda por bares de mala muerte prostituyéndose, con el hijo que parió antes de que le crecieran los senos.
A su abuela materna, Evangelina Arce, hostigada y golpeada por agentes judiciales cada vez que suplica se ínvestigue la desaparicíón de Silvia. La anciana es un tumor de nervios.
Y su hermanito Esteban, agazapado en un pueblo de Texas, con sentimientos de adulto, con soledad y culpa.
Pero Ángel Atayde Arce, El Menonas, aprendió en las calles que los hombres no deben llorar y menos delante de otra gente.
"Muchas veces, drogado, me ha querido matar. Ángel no se acuerda, pero una vez hasta quiso acuchillarme. No anda bien de su cabeza, necesita un sicólogo, pero sin dinero sólo me queda rezarle a Dios para que lo ayude a ya no tenerle tanto odio a la vida. Yo me hice cargo de él porque a Octavio, su padre, nunca le han preocupado sus hijos, a ese hombre sólo le interesa mover droga y desprestigiar a mi hija, diciendo que era una puta. A Esmeralda, por ejemplo, la entregó bien chiquita al hermano de su nueva mujer, una viciosa que le ayuda a Octavio con el negocio. A Esmeralda la volvió una drogadicta, la prostituye en cantinas y hace poco la mandó para que me robara, por eso no le hablo a la chamaca. Y de Esteban nunca pregunta; al chavalito se lo llevó un hijo mío a Texas; odia a Octavio, dice que él no quiere echarse a perder, que prefiere matarlo antes de que lo envicie. Y Ángel, resumiéndote, está completamente roto".
Evangelina Arce, la abuela, la madre sustituta
Silvia fue secuestrada junto con las bailarinas Giselda Mares y Verónica Rivera. Dejada en libertad, Verónica testificó que un agente de la PGR, Jorge García Paz, fue quien las plagió. Se identificaron los vehículos y las casas de seguridad que se utilizaron en el rapto. El esposo de Silvia, Octavio, fue vinculado con el policía y otro grupo de judiciales-narcos que han sido señalados en algunos asesinatos de mujeres. De hecho, cuando doña Evangelina le preguntó si sabía algo. Octavio le gritó: "Ella ya está muerta, no esté chingando"
Se alteró el expediente, Verónica desapareció, los agentes que investigaban el asunto fueron relevados, el testimonio de un hermano de Octavio que aseguraba saber dónde estaba Silvia nunca fue recogído por las autoridades, García Paz se largó de Chihuahua (lo arrestaron en Querétaro y jamás se supo de él) y a Octavío nunca se le ha investigado: la procuraduría dijo estar imposibilitada porque el hombre purgaba una condena en Estados Unidos por delitos contra la salud, pero desde hace dos años está libre. Silvia lo había abandonado 15 días antes de su desaparición porque Octavio necesitaba azotarla.
En abril de 2003, después de reportar a la CNDH el poco interés de las autoridades, doña Evangelína fue robada y golpeada en el centro de Ciudad Juárez por tres agentes judiciales. Le reventaron la vesícula y le quebraron varias costillas. Amnistía Internacional ha solicitado al gobierno foxista garantice su seguridad, pero hasta la fecha recibe telefonemas intimídatorios.
"Si tuviera enfrente al que desapareció a mi mamá, lo haría sufrir lo que yo, mis hermanos y mi abuela hemos sentído. Quedamos incompletos, nos rompieron", rezuma odio E! Menorías. Y esos sentimientos en un adolescente como él no se pueden contrariar.
El Menonas tenía nueve años cuando desapareció su mamá. Desde entonces se crió en la calles. Comenzó a fumar y consumír drogas como si fueran caramelos. Con cuatro meses de comida y de cuidados de su abuela materna, él, Esmeralda y Esteban engordaron e iban bien hasta que una noche se desvaneció todo el esfuerzo de recuperación: volvieron con su padre. Ángel regresó al espectral Juárez, lleno de gatos, malandrines, adictos, vagabundos y aire apretado. Un día robó una tienda y lo arrestaron.
El Menonas —dicen que parece un menonita, de ahí el mote, pero no tiende a los rasgos albinos— llegará a la mayoría de edad con un ingreso al tutelar, varios encierros en un apando, miles de váliums para mitigar la ausencia de su madre, con los nudillos dislocados de tanto golpe, con un tatuaje —él mismo se lo grabó en el estómago: son las iniciales de su madre, su hermana y su hermanito: "SEE"—, con los dientes cariados, siendo un personaje invisible con una historia jamás contada, con un pasado víolento, un salario mínimo de maquiladora, un cuchillo de carnicero para defenderse de los malandrines cada vez que visita a su novia, con la ropa hecha jirones, con la impresión de que la vida siempre será un desatino, con un hígado destrozado por el alcohol, un poco mal educado, sin la secundaria terminada, atropellando a su propio ángel y con la ilusión de ser bombero.
"Mi papá es un cabrón, no llena este hueco que traigo. Y lo peor es que nadie me va a devolver a mi mamá. No lloro, me aguanto, porque los hombres no lloran, ¿o sí? Antes, todo el día andaba muy loco, ahora sólo me emborracho y pienso en mi hermana Esmeralda. Quisiera ayudarla, pero ni la veo y ni yo me puedo ayudar. Estoy hecho de sentimientos, tengo un chingo de cariño para dar, pero esos que se llevaron a mi amá y la indeferencia de mi papá nomás hacen que odie a la vida, que sea muy violento, que quiera pegarle tiro a cualquiera. la policía me arresta a cada rato, dicen que soy un peligro; ¿por qué no arrestan a los que andan matando a la mujeres? Yo ya ando tranquilón, sólo grafiteo las paredes y me emborracho. Los vecinos están juntando firmas para sacarme de la colonia porque dicen que de ángel no tengo nada. Pero yo no quería ser así, te lo juro. Dios sabe que yo no queda, chingada madre".
-¿Y después de la desaparición de tu mamá, alguna vez has sido feliz?
-Sí. Cuando he soñado con ella - -dice con una punzada de tristeza—. Sueño que estamos en Long Beach, allá en California, donde vivimos unos años. Sueño que estamos ella, mis hermanos y yo en la playa, haciendo castillos de arena. Pero entonces se la traga el mar y me desespero.
Le pregunto si sabe que en esta novela negra llamada Ciudad Juárez hay más hijos de muertas en su misma situación, escondidos, desparramados en este desierto donde se levantó una prótesis de concreto. Trato de decirle que él es parte de una historia que no tiene fin. Que él no conoce a Rosita, ni a Armando, ni a Daniel, ni a Diana y sus hermanas, pero que tienen las mismas cicatrices de la infancia.
"Pinches matones, ¿no piensan en el daño que nos hacen?", reclama Angel. Sonarán paradójicos sus comentarios cuando él suele partir el aire con un revólver, pero lo creo incapaz de matar a alguien, salvo a los que se llevaron a su madre. Y no, Menonas, no piensan. Cuando matan no se fijan en el remitente. No repararon en ti, en Esmeralda, en Esteban, en tu abuela. Fríamente: les importó un carajo.
Al final me promete que la próxima vez que nos encontremos será un bombero y aprenderá a llorar. Le creo.
La maestra
A Marisela Ortiz, una maestra de secundaria, la conocí hace cuatro años, uno de esos días en los que ella había recibido otra amenaza por exigir el esclarecimiento de los asesinatos de mujeres. Las autoridades de Chihuahua la han criticado porque se les hace increíble que se inmiscuya si no es madre ni familiar de ninguna muerta. Es un ser humano. Y eso se les hace disparatado. Un ser humano al que le afectó el asesinato de la hija de Norma Andrade, su mejor amiga: Lilia Alejandra García Andrade, de 17 años, atada, violada, mutilada, estrangulada, envuelta en una cobija y abandonada en un baldío frente al Plaza Juárez Mall. Eso ocurrió el 21 de febrero de 2001.
Desde entonces, Marisela fundó Nuestras Hijas de Regreso a Casa, un organismo que anda cojo en sus finanzas, pero resiste.
Hace poco optó no sólo por hurgar en los cómo, quiénes y porqués de los feminicidios, sino que ha decidído rescatar, hasta donde se pueda, a los hijos de las muertas.
Semanas atrás Marisela empezó a rastrear a todos esos niños. En su censo lleva 30 testimonios. Todos, de alguna forma, están en tres tiempos: pasado violento, presente de abandono y futuro incierto.
Uno de esos casos turba. Es el de Jorge Alberto Tabuyo González.
Jorge Alberto es hijo de Lorenza Isela González y de un alcohólico. Ella murió el 24 de abril de 1994. Tenia 23 años y era bailarina del cabaret Norma's. Salió con unos clientes. Le mutilaron dos dedos, la hirieron en el pecho. La estrangularon. Se mencionó como implicado al dueño del bar Safari, Alejandro Máynez. Pero hasta ahí.
La hermanita de Jorge Alberto se fue con su padre a Estados Unidos; no se sabe nada de ella ni del papá. Y el niño se quedó al cuidado de su abuela hasta que murió: en uno de esos días en que la señora fue a hacer limpieza a una casa en El Paso, sufrió una embolia.
Una amiga de la abuela se llevó a Jorge Alberto a su casa, pero no lo aguantó. Lo llevó entonces a un orfanatorio, de donde se escapó después de ser violado.
Buscó ayuda con sus medios hermanos paternos, pero no lo admitieron: que fumara a los 12 años les asustó.
Hoy tiene 14 años, dos intentos de suicidio y un mes desaparecido. Marisela no lo encuentra. A veces toma su auto y recorre las calles de Juárez rezando por topárselo. Ha sido inútil la búsqueda.
"Quiero ayudarlo, pero ha tenido una vida tan miserable que no cree en nada", dice Marisela y luego cuenta caso por caso. Todos lastiman.
Y a ella otro que le duele es el de los niños de Lilia Alejandra, la hija de su amiga Norma Andrade.
Norma es maestra y prácticamente desde el asesinato de Lilia Alejandra ha peleado la custodia de los niños. Las autoridades le han puesto miles de pretextos, pero uno es el principal: alegan que Norma tiene cáncer y que no podría hacerse cargo. La profesora intenta dejarles su pensión a los chicos, los cuales padecen migraña y difícilmente serían adoptados.
"El rompecabezas no sólo contiene las malas investigaciones, los chivos expiatorios y la teoría de que los asesinatos son por un rito de los narcos (de matar a una mujer después de que lograron hacer su negocio); en el rompecabezas están estos chavales a los que les partieron la vida", dice Marisela, mientras bebe café para sortear la media noche.
Le frustra mucho no ayudarles como quisiera a los niños...
-¿Y a quién no? Me vuelve loca, no lo acepto, no me perdono no hacer nada.
Pero en realidad sí hace: Con los pocos recursos que llegan a su ONG, Marisela ha realizado talleres de pintura y teatro para los niños. Convenció a dos amigas suyas, terapeutas, para que los analicen gratuitamente. Médicos que ella conoce revisan a los chicos sin cobrar un peso. Con otra gente logró recolectar libros de texto de primaria y de secundaria para que continúen estudiando. Y si algunos de ellos no tienen qué comer, Marisela pone de su bolsillo para llevarles algo de despensa.
"El dinero no soluciona todo", dice Marisela. 'Falta una política integral educativa y de salud. Esos niños necesitan ayuda urgente: no es posible que uno de ellos haya estado en la cárcel, que otra se haya intentando suicidar. Es patético".
—Si pudieras, ¿qué les darías en este momento?
—Amor. Nadie les da un beso cuando se duermen.
Un ángel roto II
Érika Pérez: 25 años, jeans debajo de las rodillas, violada; correa del bolso alrededor del cuello, estrangulada; drogada con cocaína por quien o quienes la asesinaron, encontrada en el baldío de la esquina que forman las calles Paseo del Río y Camino San Lorenzo. Murió el 23 de septiembre de 2002. Ese mismo día, José Ángel, su hijo, cumplió ocho años.
Un niño que no ríe ni habla llama la atención. Y José Ángel Morales Pérez es uno de ellos.
Durante dos horas de charla Ángel responde con monosílabos. A veces otea sabrá Dios hacia dónde y se le extravía la mirada. A veces cierra los ojos y alza los hombros, señal de que ignora qué responder. Otras veces sólo observa y esos ojos de negro intenso se le quedan a uno grabados para siempre. No es autista, pero lo parece. Las sicólogas que lo han visitado dicen que sufre del síndrome de stress postraumático. Obvio: además de la muerte de su madre, su padrastro, Mario Morales, lo golpeó hasta ganarse el odio del niño. Y eso, cuando no se recibe ayuda, se marca perpetuamente.
En este tiempo, la frase más larga que ha dicho es la siguiente: "Mi abuela y yo vamos a salir de la nada"
Si uno pudiera materializar a la nada, donde ahora están parados Ángel y su abuela, doña Elia, es lo más cercano: La casa está levantada por tabiques con el cáncer del salitre, remiendos de cartón y maderos ulcerados. El piso forma parte del mismo cerro amarillento y empedrado que sube tormentosamente hacia el cielo. Una sábana que alguna vez fue blanca sirve de puerta entre los dos cuartos. Los colchones en ambas camas individuales están tronchados, inseguros. Y la televisión es una rara especie de bulbos y ya no funciona.
Ángel está tumbado en una de las camas frente al televisor. Siempre llega a tenderse ahí, es su rincón preferido. Pero cuando no descansa ahí, anda serpenteando las calles sobre una patineta que le presta su amigo, cuida a su tío Martín (sufre retraso mental) o acude a la escuela de música de Juan Gabriel.
"Juan Gabriel es mi papá", dice este atribulado ángel de piel azabache cuando, entre sus monosílabos, comenta que no sabe quién es su padre biológico y que aborrece a su padrastro.
Juan Gabriel tendrá deudas con Hacienda y minimizará los asesinatos de las mujeres, pero algo de su dinero ha ido a parar a esa escuela ubicada en el centro de Ciudad Juárez. Angel prácticamente está becado por el compositor y lo ha llevado a Parácuaro, Michoacán, para tocar.
Entonces uno se da cuenta que Ángel compensa la depresión tocando la guitarra y el trombón, imaginándose que tiene un grupo de rock. Por ahora, solamente canta y rasguea un clásico de Juan Gabriel: "No tengo dinero".
—¿Y entonces sólo tienes amor para dar? —¿Cuál? Me lo arrebataron.
Erika salió un domingo de su casa a buscar turno extra en la maquila y ya no regresó. Las autoridades no la incluyeron en la lista de feminícidios porque, alegan, la mujer murió de sobredosis. Pero ¿puede alguien morir con una descarga de cocaína y aún así fingir que fue violada y estrangulada con la correa de su bolso? Un perito serio e incorruptible diría que no, que eso es un cuento chino, pero en Ciudad Juárez la especialidad es recrear asesinatos inverosímiles, fábulas de chivos expiatorios.
Mario, el esposo, nunca mostró preocupación por la muerte de Érika. Y ni fue investigada su indeferencia. Mario es así: indolente.
Padrastro de Ángel, le agradaba azotarlo hasta que el niño se privaba en un llanto que era una oración sin sujeto y- sin que Dios lo oyese. Diría-se que Ángel, desde pequeño, tomó conciencia que el único espacio físico que le pertenece es su cuerpo y fue vulnerado.
Ángel siempre ha sido, para Mario, un apestado. Cada vez que se sentía macho, lo golpeaba. Una vez, por un reloj de pared que rompió Cinthya (la hermanastra de Ángel, la hija legítima de Mario y Érika), el hombre descargó su enojo con el chico. Si mal no recuerda doña Elia, esa fue la penúltima vez que Ángel lloró: la última ocurrió cuando se graduó de sexto año. Muerta ya su madre, su padrastro se excusó diciendo que a él no le gustaba ir a esas tonterías.
Con Cinthya ha sido diferente. Aun cuando entregó la custodia de ambos a doña Elia, hace medio año Mario terminó llevándose a la niña. La pidió prestada y hasta la fecha no la ha devuelto. Las autoridades han ignorado el caso.
Doña Elia dice que la nueva esposa de Mario le comentó a ella lo siguiente: "Prefiero educar a la niña en vez de que le pase pensión alimenticia".
Ángel le compró en Navidad un peluche a su hermanita. El muñeco ahí sigue, esperándola.
Doña Elia tiene 22 años viuda. Lavando ropa ajena en su rancho El Coyote, en Coahuila, logró que sus cinco hijos fueran algo en la vida. Ocho meses antes de la muerte de Érika llegó a Juárez. "Ái le encargo a mis hijos, amá", le dijo Érika cuando fue a buscar un turno extra a la maquila.
"Por eso me siento mal, porque no sé de Cinthya y a Ángel no le he podido dar lo que merece; lo visto con ropa de segunda, le doy sólo 12 pesos para sus camiones, quiere un dvd o algo así pero cuando me contó que costaba como 600 pesos, pues le dije que eso es imposible, que ni para comer tenemos", dice doña Elia, llorando.
Su vida está abierta a las palabras de Cristo, pero ahorita necesita plata más que un milagro: debe cerca de diez mil pesos en agua y otro tanto en luz (Mario nunca las pagó en el tiempo que vivió en esa casucha de cartón con su nueva esposa; las deudas las heredó doña Elia cuando el notario le cedió los derechos de la casa).
Para sobrevivir, doña Elia no ha dejado de hacer lo que aprendió en El Coyote: lavar ropa ajena. Con eso, como hoy, tendrán para comer papas en caldillo de jitomates. No más. ¿Leche? No, Ángel, hoy no alcanza.
—¿No quieres platicar, Ángel? —le pregunto. —La verdad, no.
—¿Te incomodo?
—No.
—¿Y entonces?
—Sólo a mi abuela le he importado...
—¿Y eso significa que no tienes por qué contarle lo que tienes adentro a la gente?
—Sí.
No insisto. Prefiere irse a realizar malabares sobre la patineta. Ni siquiera nos despedimos.
Doña Elia, una católica convertida en cristiana, me pide que si tengo tiempo le rece a Dios para que Ángel esté mejor, para que no piense que el día de su cumpleaños asesinaron a su madre. Hace tiempo no lo hago. Creo que lo haré.
Dulce niña
Cómo persuadirte, dulce niña, que a tus ocho años no estás hecha para pensar en matar a quienes estrangularon y violaron a tu mamá. ¿No escuchas a tu hermano Daniel, un año mayor que tu? Dice: "Esas cuentas las va a ajustar Dios, Lizeth, no pienses en eso. Si un día los vemos de frente, nomás hay que decirles: "Que Dios los bendiga".
Si las versiones son ciertas, tus bracitos no podrían contra esos ocho narcos que se la llevaron ni contra quien los encabeza, Eduardo Antonio Almeída Campos, alias El Sixto, lugarteniente del narcomenudeo del cártel de Juárez, ahora encerrado en una mazmorra en Tamaulipas, con diagnóstico de locura.
Cómo convencerte de que tu madre, Rebeca Contreras de la Mancha, no era ninguna adicta a la heroína como dijo la policía; lo hizo para no investigar el caso, para no agregarla a la lista de feminicidios; ella era una mesera, créele a tu abuela, a doña Elba, créele. Ya ves: las autoridades federales reconocieron que su muerte no fue por asuntos de drogas.
Cómo explicarte que ella fue asesinada el 8 de marzo de 2004, Día Internacional de la Mujer, día en que Jesús El Chito Solís, entonces procurador de justicia en Chihuahua, renunció a su cargo por presuntos vínculos con el cártel de Juárez y ante las acusaciones de que protegía a los asesinos de mujeres.
Cómo decirte que tu mami, como le dices, seguro pensó en ti y en tus hermanos a la hora de morir. No tuviste oportunidad de despedirte de ella, cuando estaba tendida, ahí, con los cirios, las flores blancas y el féretro de tablones, pero no fue culpa tuya estar ausente en el velorio: la gente del DIF hizo bien en resguardarte después de que ese día, antes de que tu madre fuera encontrada en el llamado Cristo Negro, tu padre, ese borracho empedernido, te obligara a limpiar vidrios para que pudiera comprar más alcohol y embrutecerse.
Qué hacer, sin plata, para que recibas terapia, porque eso de despertarte todas las noches gritando —"sueño que me matan igual que a mi mamá", dices—, de tenerle miedo a cualquiera que pasa frente a ti, no es para tu edad, dulce niña. No te gusta ir con un terapeuta porque, como dices, te pregunta y pregunta cosas de las que no quieres hablar y te hacen llorar. Pero como dice tu abuelita, a veces es bueno echar esos fantasmas que te tiene la desesperanza. Dos datos te dan la razón para asustarte: por cada nueve hombres asesinados en Juárez matan a cuatro mujeres, y cada semana, al menos, desaparece una mujer en tu ciudad.
Pero, ¿sabes?, tienes una sonrisa tan franca que sería bueno que la mostraras todo el día, como Daniel, míralo, quiere jugar contigo a que viajan por el espacio y conquistan galaxias desconocidas.
Cómo hacer para que tu abuelita pague sus deudas y tú no te angusties. No lo sé. Esos 273 mil pesos que les otorgó el gobierno federal por la muerte de tu mami, lo sabes bien, no los pueden utilizar; es un fideicomiso para tu educación, pero eso de retirar sólo 400 pesos al mes es un desvarío. Ni con los 900 pesos mensuales que el gobierno de Chihuahua les da alcanza para sobrellevar la vida. Y ya ves, dulce niña, tu abuela debe más de mil pesos al abarrotero, cinco mil pesos de agua y más de tres mil pesos en luz, por eso se la roban de un poste. Y tu padre, ebrio, nomás molestando, averiguando si tienen algo de dinero para bebérselo.
Cómo decirte que no llores. que tu abuela todavía te durará, que tomando sus medicinas, la diabetes irá a paso lento. Esa maldita mató a tu abuelo, tienes razón. Pero si a veces la glucosa se le dispara a doña Elba, se debe a esos telefonemas intimidatorios o a esos autos que merodean la casita levantada en aquel arenal de la colonia Azteca, un embrión de pobreza. A todas las familias de las muertas, dulce niña, las hostigan, las amedrentan. Ya ves, tu misma dices que esa gente está enferma, que son malas personas, que se van a ir al infierno.
Cómo decirte que tu hermanito Juan Carlos está mejor en la casa de tu tía. Apenas tiene dos años, necesita más cuidados. Entiende a tu abuela, tenía que hacerlo.
Sería fantástico que tu mami estuviera aquí para que, como dices, la abrazaras, la besaras y no la dejaras ir. Sería encantador que volviera a vestirte de adelita el 20 de noviembre, que te besara antes de dormir, que se acurrucara contigo, que te dijera cuánto te quiere, que te llevara a la escuela, que te ayudara a hacer la tarea para que no reprobaras otra vez el segundo grado, que te hiciera cosquillas, que te bañara, que viera cómo tú y Daniel llegarán a ser maestros, que viera cómo desde hoy te propones de joven impulsar una ley para que a todos esos matones de mujeres los encierren en una cárcel de máxima seguridad, que supiera que te quieres ir de Ciudad Juárez porque crees que este espectro no quiere a las mujeres.
"Sería lindo siquiera cruzar una palabra con ella", resumes, niña de cabello largo ensortijado, dientes blanquísimos, ojos grandes y muy cariñosa con tu abuela.
Pero no digas que vas a estar desesperada para siempre. No lo digas, por favor.
La sonrisa de ocho años
Este es el pequeño Armando Martínez Ramos:
Sus ocho años han crecido cerca de 1.30 metros y se han distribuido en unos 50 kilos. Si anda descalzo es porque los zapatos que su abuela recogió de un tiradero le lastiman los dedos y el empeine. Sus pantalones son unos remiendos donde se doblan las rodillas, pero son los menos tronchados que tiene, los que utiliza para ir al colegio y cursar el segundo grado. Su playera está descosida. Su suéter, en la parte donde los codos se flexionan, está deshilachado. Su casa es de tablones apolillados. A su abuela le ha sido diagnosticada una rara enfermedad en la piel. Y esta noche de febrero, sólo beberá café.
Y, sin embargo, Armando no es un niño derrotado. Al contrario: está sonríe y sonríe. Tiene una risa alborozada. Le brillan los ojos. Supongo que es demasiado niño para apreciar hasta qué punto quienes asesinaron o desaparecieron a su madre se llevaron su infancia.
El 8 de noviembre de 2001 las autoridades chihuahuenses dieron a conocer un hallazgo: cinco mujeres —mutiladas, desnudas y en estado de descomposición— estaban semienterradas en un campo de algodón de la avenida Paseo de la Victoria. Una de ellas, dijo la policía, era Bárbara Martínez Ramos, la madre de Armando. Pero el cuerpo no correspondió a la chica de 20 años: en un chasco más, doña María de Jesús, la madre, detectó que no era su hija, pues ésta tenia cinco meses de embarazo y el cuerpo que le presentaron no tenía ninguna señal del embrión.
Desde entonces, a doña María de Jesús le han saltado varias preguntas: ¿Cómo sabía la policía que su hija estaba desaparecida, si ella no lo había denunciado? ¿Por qué la policía dejó que se fugara Armando Madrigal, un narco con el que Bárbara sostenía una relación sentimental y, según testigos, está vinculado a la desaparición? ¿Por qué a las dos amigas de Bárbara, ligadas a Madrigal y grupos de agentes judiciales. no se les ha pedido que declaren al respecto?
Doña Chuy, como le dicen sus vecinos, cubre con sus manos los oídos del sonriente Armando y dice: "Yo soy de Chihuahua, una cabrona bien hecha, y voy por el ojo por ojo, porque las autoridades se han hecho tontas".
Quien nace en la miseria se convierte, por nacimiento, en candidato a todo. Pero Armando quiere ser arquitecto.
"Quiero construir casas", dice con esa sonrisa franca, mostrando esos dientes grandes, disparejos y blancos. "Quiero hacerle una a mi abuelita para que vivamos mejor, para que no pasemos frío ni calor".
-¿Si tuvieras dinero, Armando, qué comprarías? —le pregunto mientras el niño juega con un robot de plástico.
-Pues... Parchaba la llanta de mi bicicleta, comprada leche para cenar, haría que operaran a mí abuelita de su ojo (doña Chuy padece una catarata), y compraba muchos Gansitos porque ahí salen gratis los Game Boy.
Armando es un niño sin malicia y sin dinero.
Su abuela sólo recibe 900 pesos mensuales por parte del gobierno del estado.
El empleo que tenía en el aeropuerto lo perdió a raíz de una extraña enfermedad en la piel: el sol, el polvo y el frío la maltratan.
Y en Juárez sólo existe eso.
—¿Te gusta la escuela?
—Mucho, mucho. Quiero sacar puro diez para que esté feliz mi abuelita. A veces no (lo logro) porque hay que comprar cosas y no tenemos dinero —dice sin perder esa sonrisa.
—¿Y nunca lloras, Armando?
El chico sólo asiente con la cabeza y pega una carrera hacia atrás de la colcha de caprichosos colores que divide el comedor de la recámara. Se asoma por un hueco, ríe.
"Se agüita mucho cuando le digo que no tenemos dinero", responde su abuela, una mujer de 55 años que ha perdido casi 30 kilos de peso desde la desaparición de su hija. "Luego quiere que le compre dulces y pues no tengo para darle. Hasta yo me siento impotente".
Organizaciones no gubernamentales que han surgido a raíz de tanta asesinato de mujeres k han ofrecido a doña Chuy ayuda, pero la última le dejó tan mala experiencia que ya no cree en ellas: resulta que Benita Monarrez, madre de una de las muertas, constituyó su organismo con dinero del estado, en los tiempos del gobernador Patricio Martínez se les dio trabajo y un terreno a cambio de que las madres no volvieran a tocar el tema de sus hijas. Doña Chuy terminó peleada con Benita y ésta, aceptando que había sido utilizada.
—¿Y qué harías ahorita con tu mamá si estuviera aquí? —le pregunto a Armando ahora que ha regresado de tras la colcha.
—Jugaría con ella. Mi abuelita dice que mi mamá jugaba mucho conmigo. yo no me acuerdo bien, pero creo que sí jugaba conmigo. Y la abrazaría, le diría que la quiero, que me compre un dulce, que me lleve a pasear, al cine... Hasta la besaría.
Armando ríe, sí, pero no le gusta besar a nadie. Pero, con todo, ríe...
Más Casos
1.— Los hermanos Gutiérrez Rosales: Irma, siete años. estudia el primer grado de primaria; César Arnulfo,12 años, cursa apenas el tercer año de primaria; y María Guadalupe, 16 años, abandonó la escuela La abuela materna, Altagracia Rosales Solís, se hizo cargo de los tres. La madre de los niños, Lourdes Gutiérrez Rosales, fue asesinada el 12 de junio de 2001; tenía 34 años, media 1.65 metros, morena clara Fue golpeada y semienterrada desnuda. Se le encontró atrás de la maquiladora Coclisa.
2.— Anette Michelle Machado Ramos, tres años. Su abuela, Graciela González Medina, la adoptó. El cuerpo de su madre, Karina Ramos González. fue encontrado enterrado el 23 de julio de 2003 en los arenales de San Agustín. Junto con ella estaban los cadáveres de Mayra Alamillo González y Miriam García Sobrio; a unos metros de ellas. dentro de la camioneta en la que desaparecieron, se halló a Felipe de Jesús Machado, calcinado.
3.— Los hermanos García Andrade: José Kaleb, cinco años. cursa preescolar y padece migraña; y Jade, seis años, estudia el primer grado. Norma Andrade, su abuela, busca la custodia de ambos, pero se la han negado pues ella padece cáncer. La madre de los niños. Lilia Alejandra García Andrade, de 17 años, desapareció el 14 ce febrero de 2001; seis días después, fue encontrada envuelta en una cobija. desnuda. violada y mutilada, frente al Plaza Juárez Mall.
4.— Patricia Jacqueline Valles Sifuentes, seis años, cursa el primer grado. Julia Castro, la abuela. se hizo responsable de la niña. El cuerpo de su madre. Irma Rebeca Sifuentes Castro. apareció el 12 de mayo de 2001 en un baldío; tenia 18 años, cinco semanas de embarazo y quemaduras por fricción de neumáticos
5.— Los hermanos Barraza Gallegos: Oliver, ocho años, estudia el segundo año oe primaria; Édgar. 13 años, cursa el grado dos de secundaria; y Delfina, 15 años, en el segundo semestre de la preparatoria. Rosa Gallegos Torres, su abuela. es la tutora de los tres. Le madre de los niños, Rocio Barraza Gallegos, murió el 18 de septiembre de 1998 por un balazo en la nuca dentro de una patrulla del agente judicial Pedro Alejandro Valles Chaires, asignado a la Fiscalía Especial para la Investigación de Homicidios de Mujeres está prófugo desde entonces.
6.— Los hermanos Chávez Caldera: Karla, seis años, cursa el primer grado, Martín Eduardo. 13 años, sexto de primaria; Gabriel, 16 años, tercero de secundaria; y Mario Daniel. 23 años, trabajador de maquiladora Julia Caldera, la abuela, se hizo cargo de ellos desde el 20 de junio de 2000. cuando desapareció Mara Elena Chávez Caldera. Su cuerpo se encontró en octubre de ese año, pero fue entregado hasta 2004 y existen dudas de que, en efecto, sea María Elena.
Fuente: Nuestra Hijas de Regreso a Casa, AC
Vía: Revista Eme-Equis
POR ALEJANDRO ALMAZÁN /enviado Fotografía: JAIME BOITES
CIUDAD JUÁREZ, Chih.— Aquí, una muerta no es sólo una muerta. Un cadáver es más que eso. Con cada mujer asesinada, ultrajada, violentada, cayeron varias vidas. Murieron, sobre todo sus hijos. Niños, jóvenes, niñas, jovencitas murieron desde el día en que sus madres lo hicieron; están muriendo y, de a poco, el alma se les ha llenado de un vacío que hace insoportable llegar a una noche más. Destrozados, desamparados, poco hablan y, cuando lo hacen, sustituyen el cariño y el afecto por el odio. Son las otras víctimas de este oscuro frenesí. Y de ellos casi no se habla.
Rosita
Hola: me llamo Rosa Sáenz, tengo 13 años y odio a toda la gente. De hecho, los odio a ustedes. Mi mamá, Perla Patricia Sáenz, era una drogadicta. Qué bueno que se murió. Mi papá, Roberto, fue quien la envició.
(Los médicos desahuciaron a Rosita antes de nacer, pero se sobrepuso al riesgo de morir cuando aún era un feto. Nació. Sus padres. adictos, prefirieron delegarle a doña Rosa, la abuela paterna, la responsabilidad de la niña. Perla Patricia apareció muerta en la cabaña 25 del Motel Fronterizo, bajo una cama, desnuda. con el maxilar superior fracturado y con cuchilladas; Carlos Ortiz Huerta, un matón con residencia en El Paso, la asesinó y fue detenido). Dios y yo nunca hemos estado bien. A él k gusta seguir ciertas reglas y a mí, romperlas. Si me dicen que tengo que hacer algo, los contradigo. Me considero violenta, muy violenta. Me peleo a cada rato, sólo así descargo tanto odio.
(Rosita se pelea si alguien habla mal de la mujer que la trajo a! mundo. La última vez ocurrió hace apenas un mes y perdió. Rosita, enfurecida, les pidió a unos amigos pandilleros que la vengaran; los adolescentes llegaron a la casa de la niña y la encañonaron. Rosita fue expulsada de la escuela, otra vez).
No extraño a mi papá, ahorita está internado para limpiarse de tanta droga que ha consumido. El único buen recuerdo que tengo de él es ese cuadro colgado en la pared: un payaso llorando que dice "Te extraño", pero yo no. Por su culpa mi mamá se volvió una drogadicta. Sólo quisiera devolver el tiempo para preguntarle cómo se conocieron ella y mi papá, saber sobre su vida, porque cada vez que le pregunto a mi papá sobre ella, sólo se enoja y dice que ella era una loca, que siempre estaba en la nubes y él no sabe que eso me lastima.
Me he querido suicidar, pero la verdad no estoy tan tonta para hacerlo bien. A lo mejor es porque quiero llamar la atención, a todos nos gusta llamar la atención. Pero mi abuelita no me entiende, se desespera, me prohibe todo y yo quiero vivir.
Un día me voy a largar de Juárez. Odio esta ciudad. Es un odio que no se me puede quitar de encima. Me voy a ir, lo sé. Lo traigo ya en la cabeza.
(Doña Rosa y Marisela Ortiz, la directora de Nuestras Hijas de Regreso a Casa, suponen que Rosita ya anda en el mundo de las drogas. Ya no llega a casa. Doña Rosa tiene que lidiar con ella prácticamente sola: su pareja sentimental se la pasa trabajando en Texas y nunca ha querido bien a bien a Rosita).
Yo sé, porque unos amigos me han contado, que un político es el que anda matando a la mujeres. Por eso quiero ser presidenta, para encarcelar a esos desgraciados; les daría cadena perpetua o los enviaría a la cámara de gases. Sí, quiero ser presidenta. Quizá les parezca una tontera, pero es verdad. Yo sí quiero ayudar a las madres que han perdido a sus hijas o a los niños que han perdido a sus mamás. Le daría seguridad, limpiaría los lotes baldíos y los alumbraría para que ya no tiren mujeres ahí.
(Le comento u Rosita que hay otras hipótesis sobre los feminicidios, y en las que se vincula a policías, narcotraficantes e hijos de familias ricas de Juárez. Y entonces resume: "Están locos, yo no soy así").
¿Cómo me describo? Bonita, soy muy bonita. Me la paso en el espejo observándome. Me gusta ver mis ojos, me fascinan.
(Y es cierto: Rosita es una vanidosa, le gusta ser altiva).
Me enoja mucho no tener una mamá, no platicar con ella, no decirles a mis amigos que si, que tengo una mamá que me quiere. Mi mejor amigo ha sido el odio, lo conozco desde siempre.
Los huérfanos de Rosa Virginia
"Les dije a mis hermanos Juan y Luisa: 'Mi papá ya acuchilló a mi mamá'. Yo nomás la veía cómo se agarraba el vientre. Eleazar le había pedido dinero, pero mi mamá no traía; en su trabajo (cajera de un bar llamado Panamá) no le habían pagado. Luego empezó a golpearla y la sacó de la casa, arrastrando. Dicen que se la subió a una Van con otros hombres que, igual que mi padrastro —porque Eleazar no es mi padre, sólo es de mis hermanos—, andaban en eso de las drogas".
Diana, la mayor de seis hermanos. 22 años. Quiso estudiar enfermería.
"Mi papá no nos quiere: a Diana la ha querido secuestrar varias veces, la amenaza, la golpea. A mí me rompió la nariz con la máquina de coser; un día que descubrí que guardaba mariguana en la casa y la tiré por el baño. El año pasado a Diana y a mí nos aventó la camioneta en la que venía, de milagro no nos atropelló. No podemos estar seguras, nos la pasamos cuidando a nuestros hermanitos, a Carlos y a Karen, para que no les vaya a hacer algo".
Luisa, 17 años. Quiso estudiar cosmetología. Ahora atiende un negocio de burritos, propiedad de su abuela, la madre de Rosa Virginia Hernández Cano, la mujer asesinada por Eleazar Jiménez Miranda.
"Le quité a los seis chamacos a Eleazar. Sólo los golpeaba y ni los atendía. Era un perro, se la pasaba drogándose. Desde entonces he ocupado mi tiempo en mis nietos: mi negocio de burritos se vino para abajo por tanto gasto. Me siento mal porque Diana y Luisa dejaron de estudiar, pero la verdad es que no tengo dinero, yo qué más quisiera. Y luego con eso de la diabetes, pues gasto mucho en medicinas. Lo que le pasó a mi hija nos acabó a todos".
Doña Julia Cano, la abuela
"La última vez que vi a Eleazar me mostró un picahielos y me dijo que me iba a pasar lo mismo que a mi mamá si mi abuelita no dejaba de molestar. Me da miedo la calle, no salgo para nada y me la paso cuidando a mis hermanito:. Hay veces que quisiera despertar y ya no sentir este miedo".
Diana
"Dicen que yo soy quien más se parece a mi papá y a la que más odia, a la que más golpeaba cuando estaba drogado. Yo tampoco salgo a la calle. No vaya ser...".
Luisa
"Arrestaron a Eleazar hace poco y sólo le dieron nueve años. Está encerrado aqui, en Ciudad Juárez, pero ha enviado mensajes de que nos cuidemos. No es posible estar viviendo así, con los nervios deshechos. Mis nietos no se lo merecen, nadie se lo merece".
Doña Julia
En 1995 Eleazar asesinó a Rosa Virginia. Su cadáver apareció siete días después en una fábrica abandonada, con las manos amarradas a la espalda y una cinta enrollada en la cabeza. Apenas el año pasado el hombre cayó en prisión. Doña Julia invirtió sus ganancias del negocio de burritos en hurgar pistas sobre el homicida y en la manutención de los seis hijos de Rosa Virginia; lamentablemente, el dinero no ha alcanzado.
Doña Julia enfermó de diabetes. La mujer ha dejado media vida desde que Rosa Virginia murió. Les ha inculcado valores a sus nietos. Ninguno de ellos es un chico que haya terminado en malos pasos.
"Juan, mi otro nieto, se casó y tiene dos bebés. Trabaja en una maquila, pero no tiene tanto dinero. Cuando viene aquí a visitarme se la pasa triste, llorando, dice que quisiera tener enfrente a su padre y matarlo. Karla, la que sigue de Luisa, también se me casó el año pasado. Perdió a su bebé. Ella apenas estudió hasta la secundaria. Quiso ser cosmetóloga, pero no me alcanzó el dinero. Carlitos y Karen son bien estudiosos, han sacado diplomas. Una sicóloga me dijo que a ellos no les perjudicó tanto, por eso son tan inteligentes y prefiero no contagiarlos de esto. Por eso no están aquí, hablándoles a ustedes".
Doña Julia
"Vivir sin mamá es sufrir mucho, mucho... Yo quisiera ser enfermera para ganar dinero y ayudarles a mis hermanos y a mi abuela. Juan quiso ser astronauta, Luisa y Karla cosmetólogas, y yo enfermera. No pudímos. Pero ahora quiero que Carlos y Karen sean lo que quieran, lo que no fuimos".
Diana
Y doña Julia, Diana, Luisa, Carlos y Karen se quedan agazapados en su casa. El padre no las mató con sus propias manos, sino que le delegó tal gesto a la naturaleza. Pero, aunque el miedo se ha enraizado, siguen sorteando la vida. Y tienen sueños.
Un ángel roto I
El Menonas es un chavalo de 17 años al que casi nadie ha visto llorar en Ciudad Juárez.
Desde que nació ha convivido con bandidos, viciosos y malandrines. Es un auténtico cabrón. Su risa suele ser tan estridente como el revólver con el que ha azotado al barrio Granjas de Chapultepec. Por eso es extrañísimo mirar en este momento que sus lágrimas caigan como si quisiesen llevarse las retinas.
Averiado, ahora recuerda muchas cosas:
A su madre, Silvia Arce, cuya fotografía ha sido amarillada por el tiempo, con aquella sonrisa inmutable. Era una mujer que no traía líos a la casa y era respetada, que trabajaba afuera del Pachanga Bar vendiendo joyería de espejísmo y burritos de carne deshebrada. Tres hombres la levantaron el 12 de marzo de 1998 a las 02:30 horas. Lleva seis años perdida. Las matemáticas la contabilizan como una más de las muertas de Juárez, pero oficialmente está desaparecida.
A su padre, Octavio Atayde Palomíno, un presunto traficante de drogas que convirtió a El Me-nonas en un adicto, la misma suerte que corrió su hermanita Esmeralda, que ahora ronda por bares de mala muerte prostituyéndose, con el hijo que parió antes de que le crecieran los senos.
A su abuela materna, Evangelina Arce, hostigada y golpeada por agentes judiciales cada vez que suplica se ínvestigue la desaparicíón de Silvia. La anciana es un tumor de nervios.
Y su hermanito Esteban, agazapado en un pueblo de Texas, con sentimientos de adulto, con soledad y culpa.
Pero Ángel Atayde Arce, El Menonas, aprendió en las calles que los hombres no deben llorar y menos delante de otra gente.
"Muchas veces, drogado, me ha querido matar. Ángel no se acuerda, pero una vez hasta quiso acuchillarme. No anda bien de su cabeza, necesita un sicólogo, pero sin dinero sólo me queda rezarle a Dios para que lo ayude a ya no tenerle tanto odio a la vida. Yo me hice cargo de él porque a Octavio, su padre, nunca le han preocupado sus hijos, a ese hombre sólo le interesa mover droga y desprestigiar a mi hija, diciendo que era una puta. A Esmeralda, por ejemplo, la entregó bien chiquita al hermano de su nueva mujer, una viciosa que le ayuda a Octavio con el negocio. A Esmeralda la volvió una drogadicta, la prostituye en cantinas y hace poco la mandó para que me robara, por eso no le hablo a la chamaca. Y de Esteban nunca pregunta; al chavalito se lo llevó un hijo mío a Texas; odia a Octavio, dice que él no quiere echarse a perder, que prefiere matarlo antes de que lo envicie. Y Ángel, resumiéndote, está completamente roto".
Evangelina Arce, la abuela, la madre sustituta
Silvia fue secuestrada junto con las bailarinas Giselda Mares y Verónica Rivera. Dejada en libertad, Verónica testificó que un agente de la PGR, Jorge García Paz, fue quien las plagió. Se identificaron los vehículos y las casas de seguridad que se utilizaron en el rapto. El esposo de Silvia, Octavio, fue vinculado con el policía y otro grupo de judiciales-narcos que han sido señalados en algunos asesinatos de mujeres. De hecho, cuando doña Evangelina le preguntó si sabía algo. Octavio le gritó: "Ella ya está muerta, no esté chingando"
Se alteró el expediente, Verónica desapareció, los agentes que investigaban el asunto fueron relevados, el testimonio de un hermano de Octavio que aseguraba saber dónde estaba Silvia nunca fue recogído por las autoridades, García Paz se largó de Chihuahua (lo arrestaron en Querétaro y jamás se supo de él) y a Octavío nunca se le ha investigado: la procuraduría dijo estar imposibilitada porque el hombre purgaba una condena en Estados Unidos por delitos contra la salud, pero desde hace dos años está libre. Silvia lo había abandonado 15 días antes de su desaparición porque Octavio necesitaba azotarla.
En abril de 2003, después de reportar a la CNDH el poco interés de las autoridades, doña Evangelína fue robada y golpeada en el centro de Ciudad Juárez por tres agentes judiciales. Le reventaron la vesícula y le quebraron varias costillas. Amnistía Internacional ha solicitado al gobierno foxista garantice su seguridad, pero hasta la fecha recibe telefonemas intimídatorios.
"Si tuviera enfrente al que desapareció a mi mamá, lo haría sufrir lo que yo, mis hermanos y mi abuela hemos sentído. Quedamos incompletos, nos rompieron", rezuma odio E! Menorías. Y esos sentimientos en un adolescente como él no se pueden contrariar.
El Menonas tenía nueve años cuando desapareció su mamá. Desde entonces se crió en la calles. Comenzó a fumar y consumír drogas como si fueran caramelos. Con cuatro meses de comida y de cuidados de su abuela materna, él, Esmeralda y Esteban engordaron e iban bien hasta que una noche se desvaneció todo el esfuerzo de recuperación: volvieron con su padre. Ángel regresó al espectral Juárez, lleno de gatos, malandrines, adictos, vagabundos y aire apretado. Un día robó una tienda y lo arrestaron.
El Menonas —dicen que parece un menonita, de ahí el mote, pero no tiende a los rasgos albinos— llegará a la mayoría de edad con un ingreso al tutelar, varios encierros en un apando, miles de váliums para mitigar la ausencia de su madre, con los nudillos dislocados de tanto golpe, con un tatuaje —él mismo se lo grabó en el estómago: son las iniciales de su madre, su hermana y su hermanito: "SEE"—, con los dientes cariados, siendo un personaje invisible con una historia jamás contada, con un pasado víolento, un salario mínimo de maquiladora, un cuchillo de carnicero para defenderse de los malandrines cada vez que visita a su novia, con la ropa hecha jirones, con la impresión de que la vida siempre será un desatino, con un hígado destrozado por el alcohol, un poco mal educado, sin la secundaria terminada, atropellando a su propio ángel y con la ilusión de ser bombero.
"Mi papá es un cabrón, no llena este hueco que traigo. Y lo peor es que nadie me va a devolver a mi mamá. No lloro, me aguanto, porque los hombres no lloran, ¿o sí? Antes, todo el día andaba muy loco, ahora sólo me emborracho y pienso en mi hermana Esmeralda. Quisiera ayudarla, pero ni la veo y ni yo me puedo ayudar. Estoy hecho de sentimientos, tengo un chingo de cariño para dar, pero esos que se llevaron a mi amá y la indeferencia de mi papá nomás hacen que odie a la vida, que sea muy violento, que quiera pegarle tiro a cualquiera. la policía me arresta a cada rato, dicen que soy un peligro; ¿por qué no arrestan a los que andan matando a la mujeres? Yo ya ando tranquilón, sólo grafiteo las paredes y me emborracho. Los vecinos están juntando firmas para sacarme de la colonia porque dicen que de ángel no tengo nada. Pero yo no quería ser así, te lo juro. Dios sabe que yo no queda, chingada madre".
-¿Y después de la desaparición de tu mamá, alguna vez has sido feliz?
-Sí. Cuando he soñado con ella - -dice con una punzada de tristeza—. Sueño que estamos en Long Beach, allá en California, donde vivimos unos años. Sueño que estamos ella, mis hermanos y yo en la playa, haciendo castillos de arena. Pero entonces se la traga el mar y me desespero.
Le pregunto si sabe que en esta novela negra llamada Ciudad Juárez hay más hijos de muertas en su misma situación, escondidos, desparramados en este desierto donde se levantó una prótesis de concreto. Trato de decirle que él es parte de una historia que no tiene fin. Que él no conoce a Rosita, ni a Armando, ni a Daniel, ni a Diana y sus hermanas, pero que tienen las mismas cicatrices de la infancia.
"Pinches matones, ¿no piensan en el daño que nos hacen?", reclama Angel. Sonarán paradójicos sus comentarios cuando él suele partir el aire con un revólver, pero lo creo incapaz de matar a alguien, salvo a los que se llevaron a su madre. Y no, Menonas, no piensan. Cuando matan no se fijan en el remitente. No repararon en ti, en Esmeralda, en Esteban, en tu abuela. Fríamente: les importó un carajo.
Al final me promete que la próxima vez que nos encontremos será un bombero y aprenderá a llorar. Le creo.
La maestra
A Marisela Ortiz, una maestra de secundaria, la conocí hace cuatro años, uno de esos días en los que ella había recibido otra amenaza por exigir el esclarecimiento de los asesinatos de mujeres. Las autoridades de Chihuahua la han criticado porque se les hace increíble que se inmiscuya si no es madre ni familiar de ninguna muerta. Es un ser humano. Y eso se les hace disparatado. Un ser humano al que le afectó el asesinato de la hija de Norma Andrade, su mejor amiga: Lilia Alejandra García Andrade, de 17 años, atada, violada, mutilada, estrangulada, envuelta en una cobija y abandonada en un baldío frente al Plaza Juárez Mall. Eso ocurrió el 21 de febrero de 2001.
Desde entonces, Marisela fundó Nuestras Hijas de Regreso a Casa, un organismo que anda cojo en sus finanzas, pero resiste.
Hace poco optó no sólo por hurgar en los cómo, quiénes y porqués de los feminicidios, sino que ha decidído rescatar, hasta donde se pueda, a los hijos de las muertas.
Semanas atrás Marisela empezó a rastrear a todos esos niños. En su censo lleva 30 testimonios. Todos, de alguna forma, están en tres tiempos: pasado violento, presente de abandono y futuro incierto.
Uno de esos casos turba. Es el de Jorge Alberto Tabuyo González.
Jorge Alberto es hijo de Lorenza Isela González y de un alcohólico. Ella murió el 24 de abril de 1994. Tenia 23 años y era bailarina del cabaret Norma's. Salió con unos clientes. Le mutilaron dos dedos, la hirieron en el pecho. La estrangularon. Se mencionó como implicado al dueño del bar Safari, Alejandro Máynez. Pero hasta ahí.
La hermanita de Jorge Alberto se fue con su padre a Estados Unidos; no se sabe nada de ella ni del papá. Y el niño se quedó al cuidado de su abuela hasta que murió: en uno de esos días en que la señora fue a hacer limpieza a una casa en El Paso, sufrió una embolia.
Una amiga de la abuela se llevó a Jorge Alberto a su casa, pero no lo aguantó. Lo llevó entonces a un orfanatorio, de donde se escapó después de ser violado.
Buscó ayuda con sus medios hermanos paternos, pero no lo admitieron: que fumara a los 12 años les asustó.
Hoy tiene 14 años, dos intentos de suicidio y un mes desaparecido. Marisela no lo encuentra. A veces toma su auto y recorre las calles de Juárez rezando por topárselo. Ha sido inútil la búsqueda.
"Quiero ayudarlo, pero ha tenido una vida tan miserable que no cree en nada", dice Marisela y luego cuenta caso por caso. Todos lastiman.
Y a ella otro que le duele es el de los niños de Lilia Alejandra, la hija de su amiga Norma Andrade.
Norma es maestra y prácticamente desde el asesinato de Lilia Alejandra ha peleado la custodia de los niños. Las autoridades le han puesto miles de pretextos, pero uno es el principal: alegan que Norma tiene cáncer y que no podría hacerse cargo. La profesora intenta dejarles su pensión a los chicos, los cuales padecen migraña y difícilmente serían adoptados.
"El rompecabezas no sólo contiene las malas investigaciones, los chivos expiatorios y la teoría de que los asesinatos son por un rito de los narcos (de matar a una mujer después de que lograron hacer su negocio); en el rompecabezas están estos chavales a los que les partieron la vida", dice Marisela, mientras bebe café para sortear la media noche.
Le frustra mucho no ayudarles como quisiera a los niños...
-¿Y a quién no? Me vuelve loca, no lo acepto, no me perdono no hacer nada.
Pero en realidad sí hace: Con los pocos recursos que llegan a su ONG, Marisela ha realizado talleres de pintura y teatro para los niños. Convenció a dos amigas suyas, terapeutas, para que los analicen gratuitamente. Médicos que ella conoce revisan a los chicos sin cobrar un peso. Con otra gente logró recolectar libros de texto de primaria y de secundaria para que continúen estudiando. Y si algunos de ellos no tienen qué comer, Marisela pone de su bolsillo para llevarles algo de despensa.
"El dinero no soluciona todo", dice Marisela. 'Falta una política integral educativa y de salud. Esos niños necesitan ayuda urgente: no es posible que uno de ellos haya estado en la cárcel, que otra se haya intentando suicidar. Es patético".
—Si pudieras, ¿qué les darías en este momento?
—Amor. Nadie les da un beso cuando se duermen.
Un ángel roto II
Érika Pérez: 25 años, jeans debajo de las rodillas, violada; correa del bolso alrededor del cuello, estrangulada; drogada con cocaína por quien o quienes la asesinaron, encontrada en el baldío de la esquina que forman las calles Paseo del Río y Camino San Lorenzo. Murió el 23 de septiembre de 2002. Ese mismo día, José Ángel, su hijo, cumplió ocho años.
Un niño que no ríe ni habla llama la atención. Y José Ángel Morales Pérez es uno de ellos.
Durante dos horas de charla Ángel responde con monosílabos. A veces otea sabrá Dios hacia dónde y se le extravía la mirada. A veces cierra los ojos y alza los hombros, señal de que ignora qué responder. Otras veces sólo observa y esos ojos de negro intenso se le quedan a uno grabados para siempre. No es autista, pero lo parece. Las sicólogas que lo han visitado dicen que sufre del síndrome de stress postraumático. Obvio: además de la muerte de su madre, su padrastro, Mario Morales, lo golpeó hasta ganarse el odio del niño. Y eso, cuando no se recibe ayuda, se marca perpetuamente.
En este tiempo, la frase más larga que ha dicho es la siguiente: "Mi abuela y yo vamos a salir de la nada"
Si uno pudiera materializar a la nada, donde ahora están parados Ángel y su abuela, doña Elia, es lo más cercano: La casa está levantada por tabiques con el cáncer del salitre, remiendos de cartón y maderos ulcerados. El piso forma parte del mismo cerro amarillento y empedrado que sube tormentosamente hacia el cielo. Una sábana que alguna vez fue blanca sirve de puerta entre los dos cuartos. Los colchones en ambas camas individuales están tronchados, inseguros. Y la televisión es una rara especie de bulbos y ya no funciona.
Ángel está tumbado en una de las camas frente al televisor. Siempre llega a tenderse ahí, es su rincón preferido. Pero cuando no descansa ahí, anda serpenteando las calles sobre una patineta que le presta su amigo, cuida a su tío Martín (sufre retraso mental) o acude a la escuela de música de Juan Gabriel.
"Juan Gabriel es mi papá", dice este atribulado ángel de piel azabache cuando, entre sus monosílabos, comenta que no sabe quién es su padre biológico y que aborrece a su padrastro.
Juan Gabriel tendrá deudas con Hacienda y minimizará los asesinatos de las mujeres, pero algo de su dinero ha ido a parar a esa escuela ubicada en el centro de Ciudad Juárez. Angel prácticamente está becado por el compositor y lo ha llevado a Parácuaro, Michoacán, para tocar.
Entonces uno se da cuenta que Ángel compensa la depresión tocando la guitarra y el trombón, imaginándose que tiene un grupo de rock. Por ahora, solamente canta y rasguea un clásico de Juan Gabriel: "No tengo dinero".
—¿Y entonces sólo tienes amor para dar? —¿Cuál? Me lo arrebataron.
Erika salió un domingo de su casa a buscar turno extra en la maquila y ya no regresó. Las autoridades no la incluyeron en la lista de feminícidios porque, alegan, la mujer murió de sobredosis. Pero ¿puede alguien morir con una descarga de cocaína y aún así fingir que fue violada y estrangulada con la correa de su bolso? Un perito serio e incorruptible diría que no, que eso es un cuento chino, pero en Ciudad Juárez la especialidad es recrear asesinatos inverosímiles, fábulas de chivos expiatorios.
Mario, el esposo, nunca mostró preocupación por la muerte de Érika. Y ni fue investigada su indeferencia. Mario es así: indolente.
Padrastro de Ángel, le agradaba azotarlo hasta que el niño se privaba en un llanto que era una oración sin sujeto y- sin que Dios lo oyese. Diría-se que Ángel, desde pequeño, tomó conciencia que el único espacio físico que le pertenece es su cuerpo y fue vulnerado.
Ángel siempre ha sido, para Mario, un apestado. Cada vez que se sentía macho, lo golpeaba. Una vez, por un reloj de pared que rompió Cinthya (la hermanastra de Ángel, la hija legítima de Mario y Érika), el hombre descargó su enojo con el chico. Si mal no recuerda doña Elia, esa fue la penúltima vez que Ángel lloró: la última ocurrió cuando se graduó de sexto año. Muerta ya su madre, su padrastro se excusó diciendo que a él no le gustaba ir a esas tonterías.
Con Cinthya ha sido diferente. Aun cuando entregó la custodia de ambos a doña Elia, hace medio año Mario terminó llevándose a la niña. La pidió prestada y hasta la fecha no la ha devuelto. Las autoridades han ignorado el caso.
Doña Elia dice que la nueva esposa de Mario le comentó a ella lo siguiente: "Prefiero educar a la niña en vez de que le pase pensión alimenticia".
Ángel le compró en Navidad un peluche a su hermanita. El muñeco ahí sigue, esperándola.
Doña Elia tiene 22 años viuda. Lavando ropa ajena en su rancho El Coyote, en Coahuila, logró que sus cinco hijos fueran algo en la vida. Ocho meses antes de la muerte de Érika llegó a Juárez. "Ái le encargo a mis hijos, amá", le dijo Érika cuando fue a buscar un turno extra a la maquila.
"Por eso me siento mal, porque no sé de Cinthya y a Ángel no le he podido dar lo que merece; lo visto con ropa de segunda, le doy sólo 12 pesos para sus camiones, quiere un dvd o algo así pero cuando me contó que costaba como 600 pesos, pues le dije que eso es imposible, que ni para comer tenemos", dice doña Elia, llorando.
Su vida está abierta a las palabras de Cristo, pero ahorita necesita plata más que un milagro: debe cerca de diez mil pesos en agua y otro tanto en luz (Mario nunca las pagó en el tiempo que vivió en esa casucha de cartón con su nueva esposa; las deudas las heredó doña Elia cuando el notario le cedió los derechos de la casa).
Para sobrevivir, doña Elia no ha dejado de hacer lo que aprendió en El Coyote: lavar ropa ajena. Con eso, como hoy, tendrán para comer papas en caldillo de jitomates. No más. ¿Leche? No, Ángel, hoy no alcanza.
—¿No quieres platicar, Ángel? —le pregunto. —La verdad, no.
—¿Te incomodo?
—No.
—¿Y entonces?
—Sólo a mi abuela le he importado...
—¿Y eso significa que no tienes por qué contarle lo que tienes adentro a la gente?
—Sí.
No insisto. Prefiere irse a realizar malabares sobre la patineta. Ni siquiera nos despedimos.
Doña Elia, una católica convertida en cristiana, me pide que si tengo tiempo le rece a Dios para que Ángel esté mejor, para que no piense que el día de su cumpleaños asesinaron a su madre. Hace tiempo no lo hago. Creo que lo haré.
Dulce niña
Cómo persuadirte, dulce niña, que a tus ocho años no estás hecha para pensar en matar a quienes estrangularon y violaron a tu mamá. ¿No escuchas a tu hermano Daniel, un año mayor que tu? Dice: "Esas cuentas las va a ajustar Dios, Lizeth, no pienses en eso. Si un día los vemos de frente, nomás hay que decirles: "Que Dios los bendiga".
Si las versiones son ciertas, tus bracitos no podrían contra esos ocho narcos que se la llevaron ni contra quien los encabeza, Eduardo Antonio Almeída Campos, alias El Sixto, lugarteniente del narcomenudeo del cártel de Juárez, ahora encerrado en una mazmorra en Tamaulipas, con diagnóstico de locura.
Cómo convencerte de que tu madre, Rebeca Contreras de la Mancha, no era ninguna adicta a la heroína como dijo la policía; lo hizo para no investigar el caso, para no agregarla a la lista de feminicidios; ella era una mesera, créele a tu abuela, a doña Elba, créele. Ya ves: las autoridades federales reconocieron que su muerte no fue por asuntos de drogas.
Cómo explicarte que ella fue asesinada el 8 de marzo de 2004, Día Internacional de la Mujer, día en que Jesús El Chito Solís, entonces procurador de justicia en Chihuahua, renunció a su cargo por presuntos vínculos con el cártel de Juárez y ante las acusaciones de que protegía a los asesinos de mujeres.
Cómo decirte que tu mami, como le dices, seguro pensó en ti y en tus hermanos a la hora de morir. No tuviste oportunidad de despedirte de ella, cuando estaba tendida, ahí, con los cirios, las flores blancas y el féretro de tablones, pero no fue culpa tuya estar ausente en el velorio: la gente del DIF hizo bien en resguardarte después de que ese día, antes de que tu madre fuera encontrada en el llamado Cristo Negro, tu padre, ese borracho empedernido, te obligara a limpiar vidrios para que pudiera comprar más alcohol y embrutecerse.
Qué hacer, sin plata, para que recibas terapia, porque eso de despertarte todas las noches gritando —"sueño que me matan igual que a mi mamá", dices—, de tenerle miedo a cualquiera que pasa frente a ti, no es para tu edad, dulce niña. No te gusta ir con un terapeuta porque, como dices, te pregunta y pregunta cosas de las que no quieres hablar y te hacen llorar. Pero como dice tu abuelita, a veces es bueno echar esos fantasmas que te tiene la desesperanza. Dos datos te dan la razón para asustarte: por cada nueve hombres asesinados en Juárez matan a cuatro mujeres, y cada semana, al menos, desaparece una mujer en tu ciudad.
Pero, ¿sabes?, tienes una sonrisa tan franca que sería bueno que la mostraras todo el día, como Daniel, míralo, quiere jugar contigo a que viajan por el espacio y conquistan galaxias desconocidas.
Cómo hacer para que tu abuelita pague sus deudas y tú no te angusties. No lo sé. Esos 273 mil pesos que les otorgó el gobierno federal por la muerte de tu mami, lo sabes bien, no los pueden utilizar; es un fideicomiso para tu educación, pero eso de retirar sólo 400 pesos al mes es un desvarío. Ni con los 900 pesos mensuales que el gobierno de Chihuahua les da alcanza para sobrellevar la vida. Y ya ves, dulce niña, tu abuela debe más de mil pesos al abarrotero, cinco mil pesos de agua y más de tres mil pesos en luz, por eso se la roban de un poste. Y tu padre, ebrio, nomás molestando, averiguando si tienen algo de dinero para bebérselo.
Cómo decirte que no llores. que tu abuela todavía te durará, que tomando sus medicinas, la diabetes irá a paso lento. Esa maldita mató a tu abuelo, tienes razón. Pero si a veces la glucosa se le dispara a doña Elba, se debe a esos telefonemas intimidatorios o a esos autos que merodean la casita levantada en aquel arenal de la colonia Azteca, un embrión de pobreza. A todas las familias de las muertas, dulce niña, las hostigan, las amedrentan. Ya ves, tu misma dices que esa gente está enferma, que son malas personas, que se van a ir al infierno.
Cómo decirte que tu hermanito Juan Carlos está mejor en la casa de tu tía. Apenas tiene dos años, necesita más cuidados. Entiende a tu abuela, tenía que hacerlo.
Sería fantástico que tu mami estuviera aquí para que, como dices, la abrazaras, la besaras y no la dejaras ir. Sería encantador que volviera a vestirte de adelita el 20 de noviembre, que te besara antes de dormir, que se acurrucara contigo, que te dijera cuánto te quiere, que te llevara a la escuela, que te ayudara a hacer la tarea para que no reprobaras otra vez el segundo grado, que te hiciera cosquillas, que te bañara, que viera cómo tú y Daniel llegarán a ser maestros, que viera cómo desde hoy te propones de joven impulsar una ley para que a todos esos matones de mujeres los encierren en una cárcel de máxima seguridad, que supiera que te quieres ir de Ciudad Juárez porque crees que este espectro no quiere a las mujeres.
"Sería lindo siquiera cruzar una palabra con ella", resumes, niña de cabello largo ensortijado, dientes blanquísimos, ojos grandes y muy cariñosa con tu abuela.
Pero no digas que vas a estar desesperada para siempre. No lo digas, por favor.
La sonrisa de ocho años
Este es el pequeño Armando Martínez Ramos:
Sus ocho años han crecido cerca de 1.30 metros y se han distribuido en unos 50 kilos. Si anda descalzo es porque los zapatos que su abuela recogió de un tiradero le lastiman los dedos y el empeine. Sus pantalones son unos remiendos donde se doblan las rodillas, pero son los menos tronchados que tiene, los que utiliza para ir al colegio y cursar el segundo grado. Su playera está descosida. Su suéter, en la parte donde los codos se flexionan, está deshilachado. Su casa es de tablones apolillados. A su abuela le ha sido diagnosticada una rara enfermedad en la piel. Y esta noche de febrero, sólo beberá café.
Y, sin embargo, Armando no es un niño derrotado. Al contrario: está sonríe y sonríe. Tiene una risa alborozada. Le brillan los ojos. Supongo que es demasiado niño para apreciar hasta qué punto quienes asesinaron o desaparecieron a su madre se llevaron su infancia.
El 8 de noviembre de 2001 las autoridades chihuahuenses dieron a conocer un hallazgo: cinco mujeres —mutiladas, desnudas y en estado de descomposición— estaban semienterradas en un campo de algodón de la avenida Paseo de la Victoria. Una de ellas, dijo la policía, era Bárbara Martínez Ramos, la madre de Armando. Pero el cuerpo no correspondió a la chica de 20 años: en un chasco más, doña María de Jesús, la madre, detectó que no era su hija, pues ésta tenia cinco meses de embarazo y el cuerpo que le presentaron no tenía ninguna señal del embrión.
Desde entonces, a doña María de Jesús le han saltado varias preguntas: ¿Cómo sabía la policía que su hija estaba desaparecida, si ella no lo había denunciado? ¿Por qué la policía dejó que se fugara Armando Madrigal, un narco con el que Bárbara sostenía una relación sentimental y, según testigos, está vinculado a la desaparición? ¿Por qué a las dos amigas de Bárbara, ligadas a Madrigal y grupos de agentes judiciales. no se les ha pedido que declaren al respecto?
Doña Chuy, como le dicen sus vecinos, cubre con sus manos los oídos del sonriente Armando y dice: "Yo soy de Chihuahua, una cabrona bien hecha, y voy por el ojo por ojo, porque las autoridades se han hecho tontas".
Quien nace en la miseria se convierte, por nacimiento, en candidato a todo. Pero Armando quiere ser arquitecto.
"Quiero construir casas", dice con esa sonrisa franca, mostrando esos dientes grandes, disparejos y blancos. "Quiero hacerle una a mi abuelita para que vivamos mejor, para que no pasemos frío ni calor".
-¿Si tuvieras dinero, Armando, qué comprarías? —le pregunto mientras el niño juega con un robot de plástico.
-Pues... Parchaba la llanta de mi bicicleta, comprada leche para cenar, haría que operaran a mí abuelita de su ojo (doña Chuy padece una catarata), y compraba muchos Gansitos porque ahí salen gratis los Game Boy.
Armando es un niño sin malicia y sin dinero.
Su abuela sólo recibe 900 pesos mensuales por parte del gobierno del estado.
El empleo que tenía en el aeropuerto lo perdió a raíz de una extraña enfermedad en la piel: el sol, el polvo y el frío la maltratan.
Y en Juárez sólo existe eso.
—¿Te gusta la escuela?
—Mucho, mucho. Quiero sacar puro diez para que esté feliz mi abuelita. A veces no (lo logro) porque hay que comprar cosas y no tenemos dinero —dice sin perder esa sonrisa.
—¿Y nunca lloras, Armando?
El chico sólo asiente con la cabeza y pega una carrera hacia atrás de la colcha de caprichosos colores que divide el comedor de la recámara. Se asoma por un hueco, ríe.
"Se agüita mucho cuando le digo que no tenemos dinero", responde su abuela, una mujer de 55 años que ha perdido casi 30 kilos de peso desde la desaparición de su hija. "Luego quiere que le compre dulces y pues no tengo para darle. Hasta yo me siento impotente".
Organizaciones no gubernamentales que han surgido a raíz de tanta asesinato de mujeres k han ofrecido a doña Chuy ayuda, pero la última le dejó tan mala experiencia que ya no cree en ellas: resulta que Benita Monarrez, madre de una de las muertas, constituyó su organismo con dinero del estado, en los tiempos del gobernador Patricio Martínez se les dio trabajo y un terreno a cambio de que las madres no volvieran a tocar el tema de sus hijas. Doña Chuy terminó peleada con Benita y ésta, aceptando que había sido utilizada.
—¿Y qué harías ahorita con tu mamá si estuviera aquí? —le pregunto a Armando ahora que ha regresado de tras la colcha.
—Jugaría con ella. Mi abuelita dice que mi mamá jugaba mucho conmigo. yo no me acuerdo bien, pero creo que sí jugaba conmigo. Y la abrazaría, le diría que la quiero, que me compre un dulce, que me lleve a pasear, al cine... Hasta la besaría.
Armando ríe, sí, pero no le gusta besar a nadie. Pero, con todo, ríe...
Más Casos
1.— Los hermanos Gutiérrez Rosales: Irma, siete años. estudia el primer grado de primaria; César Arnulfo,12 años, cursa apenas el tercer año de primaria; y María Guadalupe, 16 años, abandonó la escuela La abuela materna, Altagracia Rosales Solís, se hizo cargo de los tres. La madre de los niños, Lourdes Gutiérrez Rosales, fue asesinada el 12 de junio de 2001; tenía 34 años, media 1.65 metros, morena clara Fue golpeada y semienterrada desnuda. Se le encontró atrás de la maquiladora Coclisa.
2.— Anette Michelle Machado Ramos, tres años. Su abuela, Graciela González Medina, la adoptó. El cuerpo de su madre, Karina Ramos González. fue encontrado enterrado el 23 de julio de 2003 en los arenales de San Agustín. Junto con ella estaban los cadáveres de Mayra Alamillo González y Miriam García Sobrio; a unos metros de ellas. dentro de la camioneta en la que desaparecieron, se halló a Felipe de Jesús Machado, calcinado.
3.— Los hermanos García Andrade: José Kaleb, cinco años. cursa preescolar y padece migraña; y Jade, seis años, estudia el primer grado. Norma Andrade, su abuela, busca la custodia de ambos, pero se la han negado pues ella padece cáncer. La madre de los niños. Lilia Alejandra García Andrade, de 17 años, desapareció el 14 ce febrero de 2001; seis días después, fue encontrada envuelta en una cobija. desnuda. violada y mutilada, frente al Plaza Juárez Mall.
4.— Patricia Jacqueline Valles Sifuentes, seis años, cursa el primer grado. Julia Castro, la abuela. se hizo responsable de la niña. El cuerpo de su madre. Irma Rebeca Sifuentes Castro. apareció el 12 de mayo de 2001 en un baldío; tenia 18 años, cinco semanas de embarazo y quemaduras por fricción de neumáticos
5.— Los hermanos Barraza Gallegos: Oliver, ocho años, estudia el segundo año oe primaria; Édgar. 13 años, cursa el grado dos de secundaria; y Delfina, 15 años, en el segundo semestre de la preparatoria. Rosa Gallegos Torres, su abuela. es la tutora de los tres. Le madre de los niños, Rocio Barraza Gallegos, murió el 18 de septiembre de 1998 por un balazo en la nuca dentro de una patrulla del agente judicial Pedro Alejandro Valles Chaires, asignado a la Fiscalía Especial para la Investigación de Homicidios de Mujeres está prófugo desde entonces.
6.— Los hermanos Chávez Caldera: Karla, seis años, cursa el primer grado, Martín Eduardo. 13 años, sexto de primaria; Gabriel, 16 años, tercero de secundaria; y Mario Daniel. 23 años, trabajador de maquiladora Julia Caldera, la abuela, se hizo cargo de ellos desde el 20 de junio de 2000. cuando desapareció Mara Elena Chávez Caldera. Su cuerpo se encontró en octubre de ese año, pero fue entregado hasta 2004 y existen dudas de que, en efecto, sea María Elena.
Fuente: Nuestra Hijas de Regreso a Casa, AC
Vía: Revista Eme-Equis
Y nadie hace nada con estos chavitos? que mierda de gobierno q mata a sus madres y se desentiende de ellos
Ver los siguientes sitios para que se enteren de quien esta haciendo algo por estos chavitos:
www.proyectoesperanzacdjuarez.blogspot.com
http://www.youtube.com/watch?v=CyMH9vE2TYA