Por Fernado Rivera Calderón
Ya me sé el final de esta película
¿Qué sucede cuando vas al cine y escuchas que algún imprudente cuenta el final de la película? Sin duda es algo que molesta, e incluso un poco más que eso: encabrona, básicamente porque rompe el encanto de la historia y la convierte en algo absolutamente predecible.
Ahora, ¿qué pasaría si vas al cine y cuatro de cada diez asistentes están contando el final de la película? ¿Terrible, no? El filme comienza a debilitarse paulatinamente hasta volverse un masacote aburrido, una espera inútil, sin recompensa.
Pues bien, señoras y señores, yo he estado en ese cine. Lo estoy aún, porque es un cine permanencia involuntaria y porque no me cuento entre los exquisitos (por no decir "manillas") que juran y conjuran que, de ganar El Peje, se irán inmediatamente del país. Así que ahora tengo que soplarme toda la película sin reclamar, a sabiendas de que al final cl Pejelagarto se queda con la chica y acaba con sus enemigos.
Dirán lo que quieran, pero como que antes las elecciones eran más emocionantes (bueno, realmente me refiero a la última elección), la intención de voto estaba más pareja y uno votaba convencido de que un voto podía cambiar el destino del país. Ahora todos avanzamos resignados hacia el 2 de julio a sabiendas de que, votemos como votemos, va a ganar López Obrador.
No me asusta, tampoco me entusiasma demasiado, porque el que sean tan claras las tendencias devoto y tan favorables para MALO (sus verdaderas iniciales) hace aún más insultante el derroche de dinero que han venido realizando el PRI, el PAN y los chiquipartidos, a sabiendas de lo imposible que resultaría alcanzar al Peje y hace ver a nuestra tiesta democrática como una triste pantomima costosa y estéril.
Digo, si ya sabemos el final, ¿por qué no adelantamos unos meses la fecha de elecciones y nos ahorramos tanta jalada, tanto discurso chaquetero y, de paso, unos cuantos millones de pesos? Las tendencias son prácticamente imposibles de revertir y aunque se cocinan nuevos argumentos legales para cerrarle el paso, me parece francamente ingenuo querer pasar por encima de una decisión que la mayoría de los que van a votar ya tomó, nos guste o no.
Los que no somos Testigos de Pejehová ya perdimos, aunque tampoco me parecería ningún triunfo que ganara Madrazo, o Calderón. Lo que perdimos, en todo caso, fue nuestra inocencia democrática: no importa quién haga la mejor campaña, no importa tener el mejor slogan ni el spot más convincente, la gente que decidió votar por López Obrador lo hizo desde el año pasado y ni los videoescándalos ni las acusaciones de populista y mesiánico han modificado esa intención.
Así que aquí estamos, todos en este cine región cuatro viendo una película de la que ya conocemos el final, como la pobre Pitonisa que nunca puede disfrutar un partido de futbol porque desde el principio ya conoce el marcador.
¿Qué chafa, no creen?.
Vía: Revista Eme-Equis
Ya me sé el final de esta película
¿Qué sucede cuando vas al cine y escuchas que algún imprudente cuenta el final de la película? Sin duda es algo que molesta, e incluso un poco más que eso: encabrona, básicamente porque rompe el encanto de la historia y la convierte en algo absolutamente predecible.
Ahora, ¿qué pasaría si vas al cine y cuatro de cada diez asistentes están contando el final de la película? ¿Terrible, no? El filme comienza a debilitarse paulatinamente hasta volverse un masacote aburrido, una espera inútil, sin recompensa.
Pues bien, señoras y señores, yo he estado en ese cine. Lo estoy aún, porque es un cine permanencia involuntaria y porque no me cuento entre los exquisitos (por no decir "manillas") que juran y conjuran que, de ganar El Peje, se irán inmediatamente del país. Así que ahora tengo que soplarme toda la película sin reclamar, a sabiendas de que al final cl Pejelagarto se queda con la chica y acaba con sus enemigos.
Dirán lo que quieran, pero como que antes las elecciones eran más emocionantes (bueno, realmente me refiero a la última elección), la intención de voto estaba más pareja y uno votaba convencido de que un voto podía cambiar el destino del país. Ahora todos avanzamos resignados hacia el 2 de julio a sabiendas de que, votemos como votemos, va a ganar López Obrador.
No me asusta, tampoco me entusiasma demasiado, porque el que sean tan claras las tendencias devoto y tan favorables para MALO (sus verdaderas iniciales) hace aún más insultante el derroche de dinero que han venido realizando el PRI, el PAN y los chiquipartidos, a sabiendas de lo imposible que resultaría alcanzar al Peje y hace ver a nuestra tiesta democrática como una triste pantomima costosa y estéril.
Digo, si ya sabemos el final, ¿por qué no adelantamos unos meses la fecha de elecciones y nos ahorramos tanta jalada, tanto discurso chaquetero y, de paso, unos cuantos millones de pesos? Las tendencias son prácticamente imposibles de revertir y aunque se cocinan nuevos argumentos legales para cerrarle el paso, me parece francamente ingenuo querer pasar por encima de una decisión que la mayoría de los que van a votar ya tomó, nos guste o no.
Los que no somos Testigos de Pejehová ya perdimos, aunque tampoco me parecería ningún triunfo que ganara Madrazo, o Calderón. Lo que perdimos, en todo caso, fue nuestra inocencia democrática: no importa quién haga la mejor campaña, no importa tener el mejor slogan ni el spot más convincente, la gente que decidió votar por López Obrador lo hizo desde el año pasado y ni los videoescándalos ni las acusaciones de populista y mesiánico han modificado esa intención.
Así que aquí estamos, todos en este cine región cuatro viendo una película de la que ya conocemos el final, como la pobre Pitonisa que nunca puede disfrutar un partido de futbol porque desde el principio ya conoce el marcador.
¿Qué chafa, no creen?.
Vía: Revista Eme-Equis
0 Respuestas a “Días extraños”