El futuro esperma clonado

La fertilidad masculina está menguando. Las provisiones de los donantes de esperma se están secando. Ahora los científicos han descubierto que el esperma puede ser cultivado a partir de células madre. Pero ¿no hará esto que los hombres sean redundantes?

Londres.- Recientemente, estaba sentado en un café haciendo algo que normalmente no hago: hablando de los espermatozoides. De hecho, conversaba sobre ellos con otro hombre. Hablábamos sobre la noticia de que, a partir de ahora, el esperma puede ser clonado en un laboratorio.

-“Hasta ahora sólo el de los ratones”, dije.
-“¿Cómo lo hacen?”.
-“Pues... toman un poco de una célula madre, creo, y...”.
-“La unen”.
-“Sí”.

Lo que nos interesaba más, sin embargo, era la respuesta en los periódicos e informativos a la noticia de esta investigación. La respuesta, esencialmente, era la pregunta: ¿Hará esto que los hombres ya no sean necesarios? En otras palabras, cuando la tecnología se desarrolle al grado de que pueda ser utilizada en humanos, ¿habrá un número significativo de mujeres que quieran ser fertilizadas sin utilizar esperma adquirido a través del método tradicional, a la vieja usanza? Y, de ser así, ¿cómo hará esto que se sientan los hombres?
Mi sentimiento inicial fue que nos sentiríamos bastante mal.
Después de todo, hablando biológicamente, un hombre es dos cosas. Primero, una fábrica productora de esperma y, segundo, una máquina de disparar esperma. Por lo tanto, no sería sorprendente que, a cierto nivel, los hombres se sientan hechos a un lado —hasta un poco emasculados— por la técnica de producción de esperma “artificial”. Pronto, si alguien quiere esperma podrá obtenerlo sin recurrir a la fábrica tradicional. Se podría decir que, para los hombres, esto es algo así como ser dueño de una plantación de algodón y leer sobre el descubrimiento del nylon.
Tal vez algunos hombres se sentirán aliviados de leer que, hasta ahora, el nuevo esperma clonado es un poco como el nylon. Funciona más o menos. Pero cuando se hace algo con él, el producto final es menos durable y más propenso a tener defectos.
En las primeras investigaciones médicas sobre el esperma se demostró que podía ser congelado y luego implantado en un momento posterior, y fueron reconfortantes. Esto significaba que uno podía congelar su esperma y luego, si moría, sus genes todavía tenían una oportunidad de ser transmitidos. También quería decir que si en alguna etapa posterior de la vida se perdía la capacidad como máquina disparadora de esperma, nadie tenía que saberlo. Bueno, nadie fuera de la familia más cercana.
El esperma clonado, por supuesto, es un asunto diferente. Un día, en algún momento del futuro cercano, los científicos podrían lograr hacerlo bien. ¿Entonces qué? Desde el inicio de los tiempos, los hombres siempre han sabido que sin importar qué hagan o lo mal que se porten, siguen siendo el único lugar al que se puede acudir en busca de esperma.
Bueno, posiblemente eso no será así por mucho tiempo más. ¿No nos afectará esto en algún lugar de lo profundo del cerebro?
Tal vez un poco. Y luego intentamos imaginar qué sucedería si la situación fuese al revés. Si los científicos descubriesen una manera de clonar óvulos a partir de células madres, ¿considerarían siquiera los hombres la posibilidad de vivir sin mujeres?, ¿anunciarían los artículos de los periódicos la posible redundancia de la mitad femenina de la especie?

-“Jamás” dije. “Los hombres jamás querrían deshacerse de las mujeres”.
-“Sí, pero eso no quiere decir que ellas sientan lo mismo respecto a nosotros”.
-“¿Qué quieres decir?”.
-“Bueno, mira cómo reverenciamos a las mujeres y a sus óvulos. Y compara eso con la manera en la que se describe al esperma”.

Entendía lo que quería decir. ¿Cómo se describe el esperma? Lo vemos, en el mejor de los casos, como algo que embadurna. Algo que también es un poco asqueroso, un poco siniestro. La presencia de esperma —o de semen, el fluido en el que está contenido— es una violación potencial. Es un insulto.
¿Se acuerda de la escena en El club de la pelea en la que un trabajador de un restaurante adultera la comida con su semen? En un artículo posterior, el autor del mismo, Chuck Palahniuk cuenta la historia de cómo se le acercó un mesero que había visto el filme y le dijo: “Margaret Thatcher ha comido mi esperma”. ¿Alguna vez vemos al semen bajo una buena luz? Cuando aparece en el cine arrugamos nuestros rostros demostrando disgusto. Lo vemos en Atomised, la versión fílmica de la novela de Michel Houellebecq, cuando un maestro pervertido se masturba sobre un ensayo escrito por uno de sus alumnos. Y en la escena final de la película Happiness, cuando un adolescente se masturba por una ventana, luego eyacula, y la cámara sigue el avance de un perro. El can come el semen. Todd Solondz, el director, parece estar cerrando con una sonrisa de satisfacción, y también con un “¡guácala!” visual.

Visión Feminista

Se pone peor. La feminista Andrea Dworkin vio una conexión entre la idea de la eyaculación y gastar dinero —después de todo, “gastar” significa eyacular. Y, mientras que las mujeres “usan el dinero especialmente para adornarse a fin de ser atractivas para los hombres”, éstos, por otro lado, gastan el dinero de la misma manera en la que eyaculan —para su placer. Para Dworkin, las mujeres compran belleza, y los hombres compran mujeres. Ella va todavía más lejos: “La violencia es masculina; el hombre es el pene; la violencia es el pene o el esperma que éste eyacula”.
La descripción más grandiosa del esperma en la que puedo pensar proviene de Woody Allen, en el filme Todo lo que quería saber sobre el sexo pero temía preguntar. Aquí vemos a Allen interpretando el papel de un espermatozoide ansioso mientras se prepara a ser eyaculado hacia el gran más allá. Le preocupan todos los rumores que ha escuchado, particularmente aquel que habla de chocar contra una gran pared de goma. Uno se ríe, en parte porque lo lamenta mucho por él; sabe que, en el brutal mundo darwiniano de la competencia de los espermatozoides, nunca lo logrará.
Para comprender la relación entre un hombre y su esperma —es decir, para entender por qué éste es igual a un espermatozoide que camina y habla— hay que volver a la forma más primitiva de vida que se pueda imaginar. Piense en los hongos prehistóricos en el pantano primordial. Estas formas primitivas de vida no estaban dividas en machos y hembras; no tenían células reproductivas masculinas y femeninas (o gametos). Sólo tenían gametos sencillos. Cuando ocurría la reproducción sexual, era entre iguales. Y luego sucedió algo importante, algo que, muchísimos millones de años después, haría que los hombres se comportasen mal. Pero me estoy adelantando.

Al Principio Fue El Gameto

En su libro clásico, El gen egoísta, el biólogo Richard Dawkins nos habla del proceso que convirtió a los gametos de iguales oportunidades en células sexuales masculinas y femeninas. Imagine por un momento que la sopa primordial es una especie de fiesta de oficina a la que acude sólo un sexo, y que estos gametos de un sexo son todos iguales, y que todos se gustan a todos. Como señala Dawkins, serían todos prácticamente del mismo tamaño. Cada uno contendría el 50 por ciento de los genes necesarios para la reproducción, y suficientes nutrientes como para alimentar al embrión.
Pero Dawkins se pregunta, ¿qué pasa si algunos de los gametos eran apenas un poco más grandes que los demás? Estas células habrían tenido una ventaja genética, porque contendrían más alimento para el embrión. Pero esto habría tenido un efecto de desequilibrio en la población de gametos. Ahora, un gameto más pequeño tendría sus propias ventajas diferentes. Mientras pudiese unirse a un gameto más grande, que contuviese más nutrientes, no necesitaría ser tan grande y voluminoso. De acuerdo a Dawkins, entonces, la selección natural favorece a dos tipos de células sexuales —las grandes con grandes cantidades de alimento, y las pequeñas con impulsores veloces. Los gametos de tamaño mediano no tienen ventajas, así que mueren.
Y así, varios millones de años después, aquí estamos: los hombres son máquinas para fabricar y disparar billones de pequeños y competitivos espermatozoides kamikazes. Las mujeres, por otro lado, son las creadoras de un número limitado de preciosos huevos nutrientes de embriones. Los espermatozoides son formas de vida de alto riesgo; son prescindibles; deben apostarlo todo a un solo número; tienen que ser aventados y ciegamente confiados.
Los óvulos son escasos. Ellos no quieren ir lejos de casa, si lo hacen todo acaba para ellos. Los espermatozoides son bucaneros, aventureros. Lo último que quieren es quedarse en casa. ¿Suena familiar algo de esto? Bueno, como dice Dawkins, sólo hay que observar el tamaño relativo de los espermatozoides y de los óvulos para llegar a la conclusión de que “es posible interpretar todas las demás diferencias entre los sexos como surgidas de esta diferencia básica”.
¿Cómo nos portamos nosotros, los portadores del esperma? ¿Qué nos hace nuestra posición de disparadores de esperma?
Pienso que todos conocemos la respuesta a esa pregunta: ser vectores de esperma hace que los hombres quieran comportarse como Mick Jagger, Jack Nicholson y Bill Clinton. Tener millones de espermatozoides da a ciertos hombres una ventaja evolutiva, sin embargo es algo que, en una sociedad civilizada, esperamos que no aprovechen. Pero, como diría el biólogo humano, David Buss, autor de The evolution desire, los hombres se comportan como tales porque están llenos de esperma; aquellos que se comportan menos como tales tienen menos posibilidades de transmitir sus genes.
Cuando un hombre está lejos de su pareja sexual, la cantidad de esperma que produce aumenta dramáticamente. Esto se debe a que, en la lógica evolutiva, su pareja podría haberle sido infiel —ella podría estar llevando el esperma de otro hombre en su interior. Por lo tanto, él aumenta la producción automáticamente, de 400 millones de espermatozoides por eyaculación hasta 700 millones.
¿Qué significa todo esto? Quiere decir que, desde la Edad de Piedra, los hombres que quieren transmitir sus genes pueden hacer una de dos cosas. Al tener una provisión de esperma ilimitada, pueden sembrar sus semillas por todas partes, esperando que algunas de ellas arraiguen y florezcan. O pueden establecerse con una sola pareja, asegurándose de que su descendencia quede atendida. Y luego, cuando tienen la oportunidad, pueden intentar impregnar a otra persona aparte.
Lamentablemente para la sociedad civilizada, esta es una característica adaptativa. Debe ser el caso porque, si se es hombre, los genes deberán ser las réplicas de aquellos de los impregnadores más exitosos del pasado. En otras palabras, usted es el descendiente no simplemente de inseminadores, sino de los inseminadores más grandes de la historia.

Esperma y Orgasmo

Esto es algo bueno que se puede decir del esperma: podría ser la razón del orgasmo femenino. Una teoría es que tener un orgasmo probablemente mantenga a la mujer en una posición reclinada después del sexo, minimizando así el “reflujo”.
Otra teoría, que describe David Buss, es que “el orgasmo de las mujeres funciona para absorber el esperma de la vagina hacia el canal cervical y el útero, aumentando así la probabilidad de la concepción”.
Por supuesto, ahora las cosas podrían estar a punto de cambiar. Siendo el clonado de espermatozoides una posibilidad definida, ¿podría el gen que favorece la promiscuidad —el gen diseminador— quedar gradualmente superado? Si se desarrollan las investigaciones, será posible clonar espermatozoides de cualquier tipo de hombre. Hasta de los callados y tímidos. El tipo de los que cuando se les invita un café, sólo quieren el café.
“¿Sería eso algo malo?” digo mientras bebo mi café. Mi amigo encoge los hombros.
Dos tipos, sentados en un café, hablando sobre el futuro del esperma. No estábamos muy preocupados. Podíamos manejarlo.

Vía: (c) The Guardian
Traducción: Franco Cubello

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