A contracorriente

Por René Avilés Fabila

Año I del reinado de López Obrador
Culto a la personalidad
Todo hace pensar que nadie detendrá el paso impetuoso y demagógico de López Obrador hacia la Presidencia de la República. Atrás quedó Calderón, quien sin partido, experiencia y talento político se ha rezagado. Tampoco Roberto Madrazo tuvo la fuerza y el coraje necesarios para frenar al PRD. Ha triunfado de nueva cuenta el caudillismo y la charlatanería. Tan es así que el propio candidato perredista acaba de declarar, soberbio, que “la era AMLO ha comenzado”. Por ello desde ahora amenaza, advierte, anticipa, nombra, da instrucciones para el futuro, un futuro que sólo tardará en llegar unos cien días. Y López Obrador estará viviendo en la habitación donde murió uno de los más grandes mexicanos: Juárez, disminuirá su sueldo, pero dejará uno muy alto para su fiel Nico. El gabinete ya está listo: nos dio un anticipo, muy a su manera, a nadie consultó, sabe que todos en la nueva era se someterán a sus dictados.
El culto a la personalidad está en su más alto momento: todos lo elogian. El partido madre y padre, el PRI, se desintegra ante nuestros ojos. Ahora aquellos que todo se lo debían a ese organismo desertan, salen huyendo y se declaran simpatizantes del Peje. Una distinguida militante de toda la vida, que llegó a gobernadora de su estado y que fue reconocida una y otra vez por el priísmo, ahora se le encuentra rodeando al Peje, en una nueva realeza que encabezan intelectuales, oportunistas, caza fortunas, saltimbanquis, corruptos, todos dispuestos a formar parte de la época que arranca.
López Obrador sigue su marcha, en medio de discursos vulgares, ofensas, amenazas, recomposición del mapa político mexicano, gritos, acusaciones, comparaciones dolosas, todos resultan chachalacas. Y México embobado ignora lo que le depara, supone que vendrán tiempos felices, como aquellos en que otro López, Portillo, prometía administrar la abundancia. Andrés Manuel López Obrador grita: “Llegó el tiempo de repartir” y la gente delira y exclama su nombre, como una invocación celestial: es el Mesías. Pronto vendrá el choque con la realidad: cuando la corrupción perredista, de la que tenemos abundantes y visibles pruebas, comience su tarea demoledora.
Ante tan aterrador panorama, donde el pesimismo y la derrota campean en los partidos rivales al PRD, tendríamos que pensar con cierta agudeza y votar por candidatos a diputados y senadores que no sean perredistas para que al menos haya un contrapeso, algo que frene los excesos del lopezobradorismo. Al menos durante los primeros seis años.

Vía: Revista Siempre

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