Dios en la mano de Maradona

por Claudia Selser
En el entorno de la realización de la Cumbre de las Américas, la entrevista formal que Fidel Castro concedió a Diego Armando Maradona —al que llamó “El Che del futbol”— el lunes 31 de octubre, acaparó la audiencia de millones de teleespectadores.Buenos Aires.- Sólo él podía haber puesto a Fidel Castro a juguetear con una pelota. Sólo él, que fue y volvió de las drogas con la humildad de un grande, podía haber arrancado el sí de Fidel para la primera entrevista formal que concedió a la televisión argentina. En la noche de su cumpleaños número 45, en el penúltimo de un ciclo de 13 programas en lunes, Diego Maradona pudo darse el lujo de convocar al líder antiimperialista que ocupó la pantalla de seis millones de televisores argentinos justo en momentos en que se concretan los últimos preparativos para la Cumbre de las Américas, que sin la presencia de Cuba se desarrolla en medio de intensas medidas de seguridad en Mar del Plata.No sólo eso. El ídolo del futbol se atrevió a aparecer con la chamarra militar de Castro al inicio del programa y dejar en claro que él, Diego Maradona, el 10 del mundo en persona, encabezará la marcha anticumbre de repudio al ALCA y al presidente George Bush, al que en el programa anterior en diálogo con el cantante británico Robbie Williams, había llamado lisa y llanamente: “Un asesino”. Antes, en el estreno de su programa, se había atrevido a poner a tocar la guitarra a su rival de siempre Pelé, a quien, como un verdadero Dios, tuvo la delicadeza de reconocerlo: “Eres el Rey”.La misma humildad, sin ningún tipo de pose, demostró el lunes 31 de octubre cuando, después de la entrevista con Fidel Castro, Maradona presentó más conmovido que nunca a “mi ídolo”, el legendario cómico mexicano Roberto Gómez Bolaños, el Chavo del Ocho y también El Chapulín colorado. Maradona se inclinó ante “el Ocho” para besarle la mano, y reiteró una y otra vez que gracias al Chavo él había sobrevivido al infierno de las drogas, gracias a ese humor sencillo y sano, de un niño que bien podría haber sido el pequeño Diego en una vecindad bonaerense.El actor mexicano agradeció con la misma sincera humildad las honras del ídolo futbolero y, antes de sentarse a dialogar con el Diez, en una amena entrevista que terminó en el intercambio de camisetas —la de Boca Juniors con el número 10, y la inigualable del Chapulín colorado–, tuvo el gesto de acercarse hasta las gradas del estudio, donde cada lunes asiste la familia de Maradona, y tras estrechar la mano del padre, le dijo: “¡Lo felicito, usted sí que hace las cosas bien!”Y, sí, desde su éxito televisivo que llega a muchas pantallas de medio mundo, Maradona mostró en forma contundente cómo resurgió de las cenizas. Delgado, con un bypass gástrico que le pulverizó 50 kilos en cinco meses, y más cerca del Maradona que era en el equipo Newell’s del 93 que del Diego del Seleccionado del 86, él ha pasado por tantas que cuando apareció en agosto de este año, vestido de etiqueta y diciendo que su única droga son sus hijas, todos se inclinaron por el milagro.Dalma Nerea, de 18 años, y Gianinna Dinorah, de 16, sus ángeles guardianes, lo esperaban hacia el final del programa número 12 en medio de la Bombonera, la cancha de Boca Juniors llena de fervientes fanáticos que en el día de su cumpleaños quisieron regalarle la camiseta número 11, la de la hinchada “bostera” —la barra brava—, que acompañó al ídolo, en las buenas y en las malas, desde que Maradona era un chico flaquito, muy pobre y medio desnutrido, que comenzó a destacarse en un equipo de chavos tan pobres como él.Eran Los Cebollitas, la formación infantil del Argentino Juniors, donde Diego debutó en diciembre de 1970. Un amigo suyo de Villa Fiorito, Goyo Carrizo, se lo presentó al entrenador, Francisco Cornejo. “¿Estás seguro que tenés 10 años?”, preguntó Cornejo. Y él ni documentos tenía para demostrarlo. Sólo un talento sin edad. Descubierto por Francisco Cornejo, Maradona que por aquellos tiempos se denominaba Pelusa, por lo chiquito, integró el equipo infantil de Los Cebollitas, paso previo antes de llegar al Argentino Juniors. Allí comenzó a mostrarse en los intremedios de los partidos de primera, asombrando a la gente cuando hacía maravillosos malabarismos con la pelota. Después llegarían los clubes europeos, la selección y los innumerables problemas de doping… Los Cebollitas, que estuvieron 136 partidos invictos y están en la leyenda, llegaron también a La noche del 10 a homenajear a su compañero célebre. Ojeda, Trotta, Chaile, Chammah, Montaña; Lucero, Dalla Buona, Duré, Carrizo y Delgado, todos promediando los 40, pelones, panzudos y felices, fueron reconocidos uno a uno con algún comentario. “¡Pólvora! ¿Te acordás cuando me dijiste que no viniste porque estabas enfermo porque te habías bañado con agua fría? ¡Si nosotros no teníamos agua caliente!”Y es que Diego jamás se olvidó de los chicos como él, que viven en casas de calles sin empedrado, sin agua caliente, toda la familia en un único espacio de indeseada promiscuidad, un sector social que hoy creció hasta llegar a 40 por ciento de los hogares argentinos.El palacio de los simplesUn estudio de mil metros cuadrados, en Martínez, al norte de Buenos Aires, es la casa de La Noche del 10, con la pantalla panorámica más grande de Sudamérica (6.4 por 4 metros y un peso de cuatro toneladas) y un Diego Maradona seguido de cerca por 12 cámaras. Para tener una idea, el primer programa —el lunes 15 de agosto— fue visto por 15 de los 40 millones de habitantes que tiene Argentina. En ese debut se acreditaron 210 periodistas argentinos y 90 del exterior. Entre los corresponsales hubo representantes de Japón, Dinamarca, Francia, España, Italia, Brasil, Estados Unidos y México.Claudia Villafañe, ex esposa y madre de sus dos hijas es la productora general del programa. Ella es quien llama a los invitados. Fernando, novio de Dalma y staff de la producción de La noche del 10, comenta detrás de cámaras, que llamaron de México. Ofrecen que Diego vaya al Estadio Azteca a invocar “la mano de Dios” del Mundial del 86.Y entre tanta distensión surgen también desvíos que son de celebrar. ¿A quién se le ocurriría, sin un cierto sobresalto, confesar abiertamente y con total satisfacción el gol con la mano a los ingleses, o la pregunta a Ricardo Arjona acerca de la guerra de Irak? De pronto irrumpe una rebeldía política que, por momentos, en su expresión, ni siquiera es políticamente correcta. Y después vuelve la simplicidad, como escribió el semiólogo argentino Óscar Steimberg al comentar el éxito del programa, que cobra vida en los elogios interminables a los visitantes, como a Manuel Ginóbili, Rafaella Carrá, Carlos Vives y el mismo Pelé.El pelusaNació en Villa Fiorito, un suburbio humilde al sur de Buenos Aires, y se crió junto con la pelota de futbol. Ya entonces, cuando pasaba el día en el terreno baldío y era capaz de tocar mil veces la pelota sin dejarla caer, se estaba formando el que sería, por consenso abrumador, el más grande jugador de la historia del futbol mundial. Un honor que algunas opiniones —la de todos los brasileños, pues— atribuyen a Pelé o a Alfredo Di Stéfano, sin que esa eterna polémica disminuya los méritos del Pelusa, como le decían sus amigos de la infancia.Es el quinto vástago de Diego Maradona y Dalma Salvadora Franco. Hijo de una familia pobre, pasaba sus tardes jugando al futbol en su club de barrio, el Estrella Roja, hasta que por decisión de Francisco Cornejo entró a Cebollitas. A los 12 años, le hicieron una entrevista mostrando sus destrezas y él respondió cuáles eran sus sueños: “Mi primer sueño es jugar en un Mundial, y el otro es ser campeón”, sueño de tantos millones de chicos, pero que sólo El Pelusa, tocado por la varita mágica, pudo hacer realidad. El 20 de octubre de 1976, diez días antes de cumplir 16 años, el técnico de la Primera División, Juan Carlos Montes, dispuso su ingreso ante Talleres de Córdoba en la cancha de La Paternal.A su juego inspirado, estético, imprevisible, agregaba la efectividad de un goleador que lideró las tablas en cinco campeonatos (entre 1978 y 1980), cuatro de ellos consecutivos. Ya había iniciado su otro gran romance, con la Selección, que empezó con un desengaño cuando, aún adolescente, se ilusionó con jugar el Mundial Juvenil de 1978, pero César Menotti lo dejó fuera del plantel. Su reivindicación llegó en el Mundial Sub-19 de 1979 en Tokio, cuando —también dirigido por Menotti— maravilló al mundo.Para 1980, mientras las giras europeas con la Selección campeona del mundo ya lo catapultaban a la consideración internacional, llegó su ajetreado pase a Boca Juniors, tras el pago de 2.5 millones de dólares, el 14 de febrero de 1981. Debutó marcando dos goles contra Talleres de Córdoba y logró el título Metropolitano, pero Boca no podía pagarlo y, en arduas gestiones, Barcelona de España se lo llevó el 4 de junio de 1982, por 8 millones de dólares.Después vino España y más tarde el Nápoles. La gloria hasta que en los noventa fue involucrado en un caso de drogas. La primera de una serie de reveces que terminaría en 1994 con el hallazgo de subefedrina —que abunda en las cajas de Desenfriol— que lo excluyó del Mundial, y 2004 cuando fue internado en Buenos Aires, con el corazón deshauciado por exceso de kilos y de drogas.Punto de inflexiónDiego Armando Maradona fue internado de urgencia el domingo 18 de abril de 2004 en una clínica de la ciudad de Buenos Aires, por una grave crisis cardiaca. Por varias semanas ese lugar fue el centro de manifestación y devoción casi religiosa de miles de personas, que conmovidas por la situación de su ídolo le acercaron aliento y fuerza al hombre que tantas alegrías le regaló al pueblo argentino. Pero nadie en este país, pese a los mejores deseos, creyó que Diego contaría la historia.Su caída en las drogas quedó también reflejada en el programa número 10, cuando Diego se entrevistó a sí mismo: “Esta noche, frente a frente, Dios y el 10”, anunció una voz en off mientras bailarines disfrazados de angelitos reforzaban la idea que sirve de leitmotiv al ciclo desde el comienzo.Como si se tratara de un filme de ciencia ficción, Diego se desdobló en dos personajes simultáneos. Uno: el Maradona más nuevo, pulcro conductor de TV, entrevistador amateur. Otro: el Maradona ex jugador sin pelos en la lengua y contestador profesional.“Estaba bajo el agua”, dijo un Diego al otro cuando le consultó sobre su adicción a las drogas, y dio detalles de una enfermedad que le costó “muchos abrazos de mis viejos (padres) y mañanas con las chicas (sus hijas)”.¿Vos sabés cuándo nos drogamos por última vez? —preguntó el anfitrión.Hace un año y medio que no nos drogamos —respondió Diego, y los ojos se le llenaron de lágrimas, conteniendo todos los laberintos de un infierno.¿La Selección, para cuándo?Es nuestro sueño, pero es un camino muy largo. Siempre nos dijeron que las puertas estaban abiertas, pero nunca nos dieron las llaves…Luego de hablar de su ex socio y amigo Guillermo Coppola, que lo estafó (“lo que más me duele es que hizo su negocio… no se puede hacer negocios con la amistad”), del futbol, de los candidatos para las elecciones legislativas, de su educación (“yo conocí el Coliseo antes que en los libros”) y de otros puntos acordados entre él (o ellos dos, a esta altura del programa) y la producción, el tema de la familia anuló el delgado límite que había entre uno y otro:Diego pregunta: ¿Claudia?Diego contesta: El amor de mi vida.Diego pregunta: ¿Mis hijas?Diego contesta: Lo mejor.En el estudio reinaba el silencio mientras todos miraban en la pantalla gigante el reportaje grabado allí mismo dos días antes. La producción del autorreportaje había desafiado los recursos de la técnica. Había tres protagonistas claves: un doble de Diego, con apenas unos centímetros más de altura; Pablo Codevila —gerente de programación de Canal 13— que preguntaba cuando Diego contestaba y contestaba cuando Maradona preguntaba, con la certeza de que no saldría en cuadro porque sólo estaba allí para recrear la figura del interlocutor. El doble, por su parte, apareció en la toma del abrazo y en varios contraplanos: para lograr la mayor similitud posible, se le recortó el cabello, se lo vistió del mismo modo (traje negro para preguntar, camiseta de peltre para contestar) y se le colocaron aretes idénticos. De lo único que no había repuesto era de los dos relojes que Maradona no se quita nunca: pero se los quitó esta vez para prestárselos a su doble, un hombre que como tantos millones en todo el mundo, en la vida real sueña con ser Maradona. Mientras se apagan las luces del estudio en el penúltimo programa y se anticipa el gran show para el próximo programa, donde entre otras cosas se subastarán las obras de arte que Maradona reunió de artistas plásticos famosos para beneficio de los chicos pobres de Argentina, El Diez, Pelusa, Cebollita, Dios, El más grande de la historia del futbol, el vicepresidente de Boca y el papá de Dalma y Yaninah recuerda que en dos días más partiriría hacia Mar del Plata, en el tren Expreso del Alba, para asistir en esa ciudad a la Contracumbre que repudiaría con una marcha pacífica la presencia del presidente Bush en Argentina.

Revista Milenio Semanal

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