Tiempos modernos

Consecuencias de la decisión
Por Juan Gabriel Valencia
Una elección crucial. El 2 de julio de 2000 el país amaneció ante la disyuntiva de si el pri continuaba en la presidencia de la república o se elegía a otro, al que le seguía más cerca en las encuestas.Y eligieron a otro. Un voto en contra de crisis recurrentes, de corrupción y de arrogancia en el ejercicio del poder político. Hoy, en el inicio del proceso electoral de 2006, la encrucijada que encara el país es diferente y más compleja que la de la elección presidencial anterior.La decisión del próximo 2 de julio va más allá de un candidato, un partido y un voto. Por supuesto que las biografías de los aspirantes deben ser sometidas al más riguroso escrutinio. Las complicaciones de gobierno de un país del tamaño geopolítico y económico como el de México hacen que la honradez y veracidad de los personajes en contienda sean un requisito pero no condición suficiente de un gobierno a la altura de los retos del siglo xxi. Capacidad profesional, visión de Estado que no es otra cosa que conocer la historia y saber mirar hasta más allá del horizonte; tener escrúpulos personales para autolimitarse y no incurrir en el abuso del poder o en su utilización con fines familiares y privados; carecer de escrúpulos cuando así lo exigen la razón de Estado y el interés nacional. Carácter y experiencia probada; saber rodearse de las personas apropiadas para el cargo en el entendido de que el presidente no gobierna solo, aunque el presidente como tal sea el único responsable.Perfiles que van acompañados de partidos políticos viejos y nuevos, con historias llenas de claroscuros o carentes de historia; partidos políticos, muchos de ellos que ya han podido ser evaluados en la calidad de sus gobiernos, sea en Los Pinos, en algún estado o en los municipios. Partidos políticos de los que la opinión pública ya tiene un referente, una memoria, un juicio y un prejuicio.Las consecuencias del voto trascienden la elección de una persona y un partido. La transición mexicana de 2000 a 2005, si a esto se le puede llamar transición, ha sido más bien una pausa en la historia, con un regreso imposible y un futuro incierto.La elección será la expresión de una opción colectiva por fórmulas, recetas y propuestas interconstruidas, consciente o inconscientemente, a una concepción de hacia dónde debe avanzar el régimen político, de cuál es la jerarquía de las prioridades nacionales: si la seguridad ha de ser el punto en el que se ponga el acento, o la pobreza y la desigualdad van antes, o si acelerar el crecimiento económico es lo urgente y otras soluciones vendrán por añadidura y en cascada; o si revitalizar el Estado intervencionista, protector y asistencialista o dar paso a un Estado con funciones claramente regulatorias, preventivo de monopolios tanto públicos como privados e impulsor decisivo del mercado y del consumidor, como contrapartes económicas del contribuyente y del ciudadano.Se elegirá la modalidad de inserción de México en la realidad internacional, realidad misma respecto de la que no hay un acuerdo en su definición. Se determinará el contorno de la convivencia social y de las formas y cauces para el manejo de sus contradicciones.Cinco años se ha pospuesto la elección de un rumbo histórico preciso para la nación. La crispación y el desánimo social parecerían indicar que ya no sobra tiempo. Y se sepa o no lo que eso implica, la decisión de votar y hasta de no votar el 2 de julio de 2006 engloba tanto la recuperación válida del pasado como la construcción para México de un futuro distinto y mejor. Si lo hay.

Revista Vértigo

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