Vínculo a la nota original
Por Ximena Peredo
24 Abr. 09
La de Rodrigo Medina fue la feria más triste de la que yo tenga recuerdo. A pesar de la estridente música que pretendía alegrar el alma de la fiesta, en las filas nadie se movía, ni hablaba. La gente aguardaba su turno bajo la inclemente resolana con una templanza formada tal vez en años de esperar la despensa, la playera, el agua o el empleo. El único que sonreía radiante y bien nutrido era el mismo candidato que, en ausencia, había tapizado el lugar con su indolente sonrisa.
Un merolico desesperado nos animaba a que compráramos un boleto de 10 pesos a cambio de tres oportunidades para encestar la pelota en la canasta. Aunque insistía casi con encono, ni las moscas se le acercaban. ¿Quién en esa feria podía confiar en su suerte? ¿Quién estaba dispuesto a arriesgar 10 pesos? Nadie, ni por el inmenso Piolín que sería la envidia en la escuela de los niños.
Lo mismo sucedió con las garnachas y las bebidas típicas de verbena popular que muy pocos disfrutaron, tal vez porque sólo traían para el camión de regreso a casa.
En esa feria se tocaron dos realidades irreconciliables: el fastidio de la pobreza domesticada y la negligencia de la clase política, que se divierte jugando al jefe, al todopoderoso, al domador carismático.
Los segundos creen que endeudan al pueblo regalándoles un poco de circo; lo más lamentable es que, en efecto, el voto ha perdido su significado en un amplio sector de la población, para quienes éste sólo representa una moneda de cambio que canjean por dinero, playeras, despensas o un poco de diversión.
Se habrán anotado varios votos a su favor, pero a costa de su propia degradación moral. Mientras la pobreza urbana se recrudece, los candidatos se entretienen haciendo spots y posando para las cámaras.
Hay algo podrido en su intención de gobernar, lo identifica el olfato ciudadano: su candidatura es un eslabón en la cadena de deudas y favores, por lo que, de ganar las elecciones, servirán a los dueños de su poder, nunca al pueblo.
El sitio en donde se instaló el circo de Medina algún día fue público, comprado con dinero del erario como patrimonio del pueblo. Sin embargo, por razones que Abel Guerra y Natividad González Parás nos deben, este predio se remató al empresario que ahora rentó a un "precio amigo" al ex Secretario de Gobierno para instalar su feria.
No era posible caminar por el Paseo Santa Lucía sin ser molestado por la música y los gallardetes de Medina en una franca invasión al espacio público. Hoy, ese predio quedó regado de basura.
Por desgracia, el pésimo nivel de la campaña no es exclusivo de un candidato, sino que es un estilo que todos y todas replican. Se preparan como actores para seducir a su público cueste lo que cueste, mentir es siempre el primer recurso, difamar y prometer son las cartas ocultas bajo la manga.
La ciudadanía ha sido alcanzada por un grave dilema ético: vamos a elegir a nuestras próximas autoridades entre quienes, en el mejor de los casos, sospechamos son delincuentes. A esto Platón le llama kakistocracia, o gobierno de los peores.
¿A quién le vamos a entregar el destino de nuestra ciudad o de nuestro estado? ¿Seguiremos cediéndoles puntualmente, como cada tres o seis años, a los partidos políticos la capitanía del barco? ¿No ha quedado demostrado el agotamiento de los partidos en el juego democrático, que mantienen secuestrada la oferta de candidatos y las decisiones legislativas?
Sólo 4 por ciento de la población mexicana confía en ellos. Están en el último escaño de la confianza, según la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas 2009.
Se está gestando un movimiento ciudadano que promueve la anulación del voto como castigo a los partidos y a sus pésimas ofertas de candidatos. Teniendo secuestrado al Poder Legislativo, los partidos políticos no han abierto la posibilidad para que ciudadanos independientes se lancen a contender sin necesidad de formar parte de un partido.
La motivación de este despertar cívico es recuperar el significado de nuestro voto y, de una buena vez, botarlos a todos. Es una buena idea, ¿no cree?
Vía: El Norte.com
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